San Pablo, al hablar de la venida de Jesús de Nazaret al mundo, nos dice que Cristo, “siendo rico, se hizo pobre por salvarnos”. Si como cristianos creemos en esa afirmación, tenemos ya una clave de interpretación de la Navidad que nos impulsa al compromiso con los más débiles y sufrientes de nuestras sociedades. Si nos llamamos seguidores de Cristo (eso significa “cristiano”), no nos queda más remedio que poner lo que somos y tenemos al servicio de los demás. Lo contrario, acaparar bienes, derrochar, creerse superiores a los demás, explotar y aprovecharse del prójimo, es totalmente opuesto al cristianismo. Nos hacemos entonces la pregunta: ¿qué significa hoy hacerse pobre para salvar a otros?
En algunos casos, pudiera ser incluso pasar hambre para que otros se puedan alimentar y no mueran. Pero generalmente a lo que estamos llamados es a no pasar más allá de lo que hoy se llama vivir dignamente y a tener la solidaridad como punto básico de convivencia. El exceso, el aprovechamiento de bienes, lo que va más allá de la dignidad humana no es cristiano. Por poner un ejemplo, quien ganara 10 mil dólares al mes debería entregar al Estado, vía impuestos, o a los necesitados, directa o indirectamente, al menos la mitad de su salario. Vivir en una abundancia exagerada en un medio donde hay tanta gente con sueldos de hambre y en necesidad es una forma de olvidarse del mensaje principal de la Navidad cristiana.
Jesús nació pobre, sufrió los rigores del emigrante en su infancia, en un camino tan áspero y difícil como el que en la actualidad recorren hondureños, guatemaltecos, salvadoreños, tantos de nuestros hermanos en busca de un mejor futuro. Nos debemos preguntar por qué lo hizo. Si nos tomamos en serio el “para salvarnos” de san Pablo, la respuesta cae por su peso: Jesús, Señor de la historia, no quiere que nadie nazca en la pobreza. No quiere que nadie migre en circunstancias dolorosas y peligrosas. No quiere que nadie adore al dios dinero, olvidando las necesidades del prójimo. Al revés, nos exige hacernos amigos de los pobres compartiendo con ellos el dinero injusto, como le llama varias veces en el Evangelio a la acumulación de riqueza. Decir que se ama a Dios manteniendo el corazón cerrado a los empobrecidos y marginados de la historia es catalogado por Jesús como hipocresía, típico de personas a las que compara con sepulcros blanqueados por fuera, pero llenos de corrupción por dentro.
En una sociedad moderna y democrática, celebrar la Navidad cristianamente nos invita a transformar las estructuras de pecado en las que vivimos. Las redes de protección social del Estado que funcionan mal deben ser reformadas sustancialmente. Las graves desigualdades que se dan de hecho y desde hace demasiados años en los servicios públicos de salud y educación deben ser corregidas. Asimismo, es una exigencia para toda visión cristiana de la vida corregir el sistema de impuestos del país, primariamente indirecto y regresivo, que daña más a los pobres y beneficia a los que tienen más. Creer que el cristianismo es cuestión solo de actitudes individuales, no de responsabilidades sociales, es una traición a lo que Jesucristo enseñó. La llamada a convertirse en servidor de los demás implica evidentes responsabilidades económicas y sociales para con el mundo y la gente. Responsabilidades que en una democracia hay que exigir ciudadana y políticamente.
Vivir la Navidad derrochando, exhibiendo lujo, olvidándose de los pobres, no es más que una forma pagana de celebrar artera y traidoramente una fiesta cristiana. La Navidad es fiesta de valores personales y familiares, pero dentro siempre de un contexto social. Ese contexto de pobreza, dolor, persecución y enemistad del que vino a salvarnos el Señor Jesús. La Navidad es fiesta de alegría precisamente por eso, porque nos salva de todo tipo de egoísmo y capacidad de destrucción. Es la fiesta de la generosidad y del cambio personal y social. Nos invita a los cristianos y a toda persona de buena voluntad a ser solidarios; a los delincuentes, a convertirse; a los pandilleros, a no matar; a los políticos corruptos e irresponsables, a transformar la política en un camino de búsqueda y encuentro del bien común; a los ricos irresponsables, que lamentablemente son mayoría, a deshacerse de su egoísmo y autocomplacencia para ponerse al servicio de todos, en especial de los más pobres. En ese sentido, de la mano del Cristo pobre por y con los pobres, la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas les desea a todos los habitantes de El Salvador una feliz Navidad.