Vacaciones procede del latín, del verbo “vacare”, que significa estar libre para algo o estar vacío. En la antigüedad, se utilizaba la frase en latín “vacare Deo”, estar libre para Dios, y eso daba el sentido a esos días en los que no se trabajaba y se dedicaba uno a la oración o al culto litúrgico. Originalmente, la Semana Santa era un tiempo de libertad en el que la reflexión y la oración eran prioridad. Con el paso del tiempo y con el estrés de la modernidad, las vacaciones se fueron configurando como tiempo de descanso, de ocio, el cual puede tener dos significados: los antiguos hablaban del ocio creativo, pero también del ocio como pereza y abandono a diversiones vacías.
Hoy, no cabe duda de que los cristianos debemos, en estos días de descanso, celebrar las fiestas de la salvación y dedicar también un tiempo a liberarnos del estrés del trabajo y a reflexionar sobre nuestra vida familiar, profesional y social. Como cristianos, estamos llamados a la santidad. Seguir a Jesucristo es tarea prioritaria. Y contemplar la pasión, muerte en cruz y resurrección del Señor debe movernos siempre a evaluar nuestro caminar. Como personas llamadas a convertir la vida en testimonio de Jesús, debemos evaluar nuestra generosidad, nuestra capacidad de diálogo, el cultivo de la espiritualidad y nuestra entrega al servicio del prójimo.
Combinar descanso con reflexión es siempre una tarea humanizadora. Y también se convierte en fuerza y dinamismo de cohesión social. Porque las Bienaventuranzas y el mandato del amor tienen siempre una vocación pública. Los primeros cristianos se dieron cuenta de ello y comenzaron muy pronto a plantear una serie de valores propios en contraste con los del mundo romano. Frente a la búsqueda de la satisfacción inmediata del deseo, el lujo y el derroche, los cristianos hablaban de austeridad y de compartir. Frente a la esclavitud y la división de la sociedad en superiores e inferiores, anunciaban la fraternidad y la comunión. Frente a la guerra, insistían en la paz. Incluso, en los primeros años, no se permitía ser cristiano si se pertenecía al ejército romano.
Es evidente que esos valores, junto con otros, continúan siendo indispensables para la vida cristiana. La austeridad sigue siendo necesaria como virtud personal, precisamente para poder compartir. Lamentablemente, hoy abundan entre los económicamente poderosos los que le recomiendan austeridad al Estado mientras ellos abusan del lujo y de sus riquezas. Con el agravante de que cuando se les llama a la conversión, se irritan y atacan a quienquiera que sea, aunque se trate de un santo canonizado como monseñor Romero.
El respeto a la igual dignidad de la persona, derivado de la fraternidad cristiana y presente en la doctrina social de la Iglesia, continúa teniendo graves carencias en nuestra sociedad. La falta de cohesión social en muchas comunidades y barrios tiene como raíz la tendencia a tolerar la desigualdad, a despreciar a los pobres y a querer vivir en burbujas de bienestar mientras otros sufren tremendas privaciones. En un país en el que el acaparamiento agresivo de la riqueza no solo no es delito, sino que se agasaja socialmente, no debería causar sorpresa que se registren altos índices de violencia delictiva.
La Semana Santa debe ser tiempo de descanso positivo, enriquecedor de la persona y sus valores, no un espacio para la diversión vacía, el descontrol y la inconsciencia. En Semana Santa es necesario dedicar tiempo a pensar en la construcción de un El Salvador democrático y fraterno. Ese El Salvador al que todos debemos de contribuir y que necesita de personas capaces de acercarse unas a otras, dialogar y priorizar el bien común. Así como lo priorizan en este período tantos salvadoreños que dedican lo mejor de sus esfuerzos a construir cohesión social desde la fe y la esperanza cristiana.