En las celebraciones patronales tanto de San Salvador como del nombre del país, el tráfico se descongestiona, la alegría y el descanso crecen, la devoción se acrecienta. La fiesta es necesaria para la salud humana; todas las sociedades celebran, incluso en medio de circunstancias difíciles o incluso trágicas. Es famosa la tregua de la Primera Guerra Mundial en la que soldados franceses y alemanes dejaron de dispararse, espontáneamente y en contra de las órdenes de sus oficiales superiores, y celebraron unidos la Navidad. Las fiestas permiten respirar en medio de las dificultades y manifestar el ansia de fraternidad y paz. Sin embargo, la realidad pronto termina imponiéndose; no es prudente desentenderse de los problemas por el afán celebratorio.
En el caso de El Salvador, los accidentes de tránsito, los ahogamientos y otras desgracias previsibles necesitan una mayor atención por parte del Estado. Es triste y contradictorio que en estas fiestas agostinas, cuando el país en general necesitaba mayor protección en carreteras, costas y lugares de diversión, se utilizaran 8 mil miembros del Ejército y la Policía para invadir y cercar un departamento. El hecho de que los casos de neumonía estén aumentando entre los adultos mayores y los niños menores de nueve años apunta a una irresponsabilidad gubernamental en el tema de la vacunación, fundamental para luchar contra dicha enfermedad. Además, la situación en las cárceles es trágica, y el sistema de seguridad y justicia no piensa más que en aumentar las detenciones y continuar con juicios que no ofrecen garantías para quienes son apresados sin pruebas fehacientes.
Las fiestas son buenas, alivian tensiones y acrecientan valores en quienes saben vivirlas serenamente. Pero del descanso y de la celebración comunitaria debe brotar un mayor sentido de responsabilidad. Si en verdad es una manifestación de hermandad entre quienes celebran valores comunes, la fiesta en honor al Divino Salvador del Mundo debe renovar nuestro sentido gregario y mejorar la fraternidad. El Salvador del Mundo nos invita a superar el sufrimiento de nuestros prójimos y a construir una familia humana en la que la justicia social, el derecho y la verdad sean patrimonio de todos. Hace más de cuatro décadas, el mártir y hoy beato Rutilio Grande predicó en catedral durante esta fiesta de la Transfiguración, en la que Jesús de Nazaret se muestra como salvador del mundo. Rutilio insistía en la necesidad de transfigurar El Salvador, haciéndolo más justo y fraterno. Esa necesidad continúa vigente. Una fiesta sin lutos es la meta a la que el país debe aspirar. Alcanzarla debe ser tarea diaria de todos.