La semana pasada, la Conferencia Episcopal de El Salvador entregó 150 mil firmas solicitando a la Asamblea Legislativa derogar la ley que permite la minería metálica en todas sus variantes, incluida la minería a cielo abierto, la que peores efectos tiene en el medioambiente. Acompañadas de una carta firmada por todos los obispos de El Salvador, las firmas fueron dejadas en la ventanilla de entrada del edificio de la Asamblea. La amenaza al bien común, la preocupación por el deterioro ambiental y el riesgo de catástrofes se expusieron como razones de fondo para la presentación de las firmas. Además, se exhortó a los diputados a escuchar a la ciudadanía y abrirse al diálogo. El hecho de que las firmas se entregaran en este mes martirial, entre el aniversario del beato Rutilio Grande y sus compañeros, y el aniversario de san Óscar Romero, tiene una dimensión profética que los diputados deberían atender. La indiferencia ante los anhelos y necesidades de la gente conduce al fracaso del poder.
Como acostumbran quienes no tienen argumentos, las contestaciones más vociferantes a la presentación de las firmas se dieron en las redes sociales. Los ataques ya venían dándose desde que los obispos dijeron en diciembre que lamentaban que la ley de minería se hubiera aprobado sin escuchar al pueblo y pidieron que se derogase la normativa. Asimismo, y siguiendo el ejemplo de san Óscar Romero, reafirmaron que la Iglesia estará siempre en defensa de la vida y de los pobres. No hubo en la Iglesia lenguaje agresivo ni ofensa, solo razones avaladas por la ciencia y por la experiencia de muchos países que han sufrido la depredación de las empresas mineras. Del lado de la politiquería, la respuesta fue de odio desde perfiles falsos en las redes. Incluso trataron de desprestigiar a los obispos mostrando los anillos dorados que suelen llevar. Y repetían la consigna oficial de que la minería traerá un desarrollo poco menos que maravilloso.
Un derrame tóxico minero afectó a 22 mil habitantes de Sonora, un estado mexicano ocho veces más grande que El Salvador y con una densidad de población de 16 habitantes por kilómetro cuadrado. En El Salvador, con 300 habitantes por kilómetro cuadrado y un territorio muy pequeño, los efectos tóxicos de una sola mina a cielo abierto (destrucción de la tierra, nubes de polvo contaminado, envenenamiento de las fuentes de agua) serían devastadores. La fiesta de monseñor Romero, que este día se celebra, impulsa a levantar la voz en favor de la vida. Esa vida humana tan desprotegida en nuestras tierras, tan amenazada por los ídolos del dinero y del poder, tan lejana de la justicia social y la convivencia fraterna.