La situación de violencia que vive el país, aunque en sus formas y protagonistas sea distinta a la del pasado, es parte de una larga tradición. Pareciera que la violencia, y en especial la que termina en homicidio, es una característica de El Salvador. Estudios realizados por el académico Carlos Carcach muestran que el promedio de asesinatos de la actualidad y el del siglo XX son similares. Esta perspectiva histórica permite afirmar que estamos atrapados en la cultura de la violencia. Hace 26 años, cuando se logró superar el conflicto armado a través de la firma de los Acuerdos de Paz, se dio un paso que pudo haber marcado el inicio de una transformación cultural hacia la cultura de paz. No fue así.
Poco después de finalizada oficialmente la guerra, El Salvador vivió uno de los períodos más violentos de su historia, con un índice de homicidios cercano a 100 por cada cien mil habitantes. Y en las dos décadas y media transcurridas desde 1992 hasta la actualidad, la cifra anual de homicidios ha sido en promedio de 55 por cada cien mil habitantes. Es claro, pues, que una guerra sustituyó a otra. Ahora bien, si queremos avanzar hacia una sociedad segura y en paz, es fundamental, entre otras cosas, abrirse a las enseñanzas y experiencias de la comunidad internacional.
Naciones Unidas ha insistido en diversas ocasiones en la necesidad de que el mundo asuma una cultura de paz. En la Asamblea General de octubre de 1999, aprobó una declaración que reconoce la necesidad de fomentarla en todo el planeta, definió cuáles son sus contenidos y estableció un claro programa de acción. Según la ONU, la cultura de la paz “consiste en una serie de valores, actitudes, comportamientos tradiciones y estilos de vida basados en el respeto a la vida, el fin de la violencia y la promoción y la práctica de la no violencia por medio de la educación, el diálogo y la cooperación, el respeto pleno y la promoción de todos los derechos humanos y las libertades fundamentales, […] la adhesión a los principios de libertad, justicia, democracia, tolerancia, solidaridad, cooperación, pluralismo, diversidad cultural, diálogo y entendimiento a todos los niveles de la sociedad y entre las naciones”.
Según la declaración, todos los países deben trabajar por la promoción y fortalecimiento de esa cultura de paz. Y por ello la ONU dio lineamientos muy claros al respecto. Sin embargo, en El Salvador no hemos hecho la tarea. Incluso parece que en algunos aspectos no solo no se ha hecho lo necesario por implementar las acciones propuestas por el organismo internacional, sino que se ha ido en la dirección contraria. No es casual o fruto del destino que la violencia sea el principal problema nacional.
Para que pueda surgir una cultura de paz es necesario realizar cambios sustanciales en nuestra sociedad. Debe romperse la dinámica de la exclusión y la desigualdad, que mantiene a una parte importante de la población en la pobreza y que supone una flagrante y diaria violación a los derechos humanos. Además, hay que poner en marcha procesos consistentes y organizados de rehabilitación, reintegración y reconciliación de todos los involucrados en el ciclo de la violencia. Superar la violencia requiere de un esfuerzo nacional que tenga como aliados a las familias, el sistema educativo y todas las instituciones públicas y privadas. Responder a la violencia con más violencia no conseguirá jamás controlar definitivamente la situación. La cultura de paz se basa en la ley del amor, que busca sanar a la víctima y recuperar al victimario, apelando a su condición humana; es lo opuesto al odio y a la venganza. Esa es la vía.