Pretender que solo la propia perspectiva es la verdadera obedece a una profunda ignorancia o a mala intención. Esa actitud es más grave cuando se pasa al plano institucional y de los medios de comunicación. El empeño periodístico de informar con la verdad entronca con la búsqueda de objetividad, pero que un medio diga poseer la verdad absoluta no es otra cosa que una mentira. Nayib Bukele ha apostado por ganar en la arena mediática las próximas elecciones. Si ya su estrategia de fabricar imágenes y eslóganes lo llevó a la silla presidencial, ¿por qué no hacer lo mismo en los comicios de 2021, a fin de librarse de la oposición en la Asamblea y consolidar su poder?
El estilo confrontativo y descalificador del presidente tiene todas las características de una guerra mediática, de una lucha comunicacional e informativa por el control de las ideas. Según parece, para Bukele, gobernar es ganar la batalla de la información. Y como los medios de comunicación son el escenario de esa guerra, desde el Gobierno y con recursos del Estado ha decidido tener los suyos. Poco importa que se contradiga al afirmar que no tiene recursos para pagar empleados públicos cuando sí tiene para contratar a un batallón de comunicadores para que pinten la realidad a su gusto. La punta de lanza ha sido un espacio noticioso televisivo. Luego, anunció la creación de un periódico, tanto en versión digital como impresa. En palabras del presidente, estos medios se caracterizarán porque hablarán con la verdad.
Si las políticas estatales sirven para ganar votos, el actual Gobierno las fabrica para obtener réditos electorales, y se convierte en un productor de información para elaborar fantasías sobre el éxito de esas políticas. Además, usa recursos del Estado para amedrentar a toda institución o persona que no le es afín. No responde a las críticas con argumentos, sino con descalificaciones. Usa la publicidad oficial para premiar, castigar o cooptar a periodistas e instituciones. Con su estrategia, el presidente apunta a establecer una dictadura mediática, a controlar la libertad de información. Cuando ese poder se consolide, los medios de comunicación que ahora buscan complacerlo serán innecesarios. A lo anterior se suma una altísima inversión en publicidad y en blogs, páginas digitales, youtubers y troles al servicio de la verdad presidencial y del amedrentamiento de sus opositores.
A nivel comunicacional, el presidente batalla por imponer su relato nacional. Pero en la realidad está en juego el modelo de país. Unos medios que no responden a los hechos, sino a lo que quiere el poder auguran la imposición de la misma lógica en todas las otras dinámicas de nuestra sociedad.