Hacia san Romero

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Editorial UCA
24/09/2018

Estamos ya a las puertas de la canonización de monseñor Romero. Las opiniones sobre él se multiplican y lo seguirán haciendo en los próximos días. El santo es de todos, nos afecta a todos, porque en el poco tiempo que fue arzobispo marcó decisivamente tanto a la Iglesia como al país. Por tanto, todos tenemos derecho a opinar. Sin embargo, en medio de las opiniones, resulta iluminador recordar lo que Juan Pablo II dijo, un año y medio antes de morir, sobre las características que debe tener un obispo en medio de una situación conflictiva, denominada por él “guerra de los poderosos contra los débiles”, en la que quienes más sufren son los pobres.

En su mensaje, Juan Pablo II les recuerda a los obispos que deben ser profetas de justicia, libres para anunciar con vigor y fortaleza el Evangelio, padres de los pobres, defensores de los derechos humanos, capaces de desenmascarar las falsas antropologías y voz de los que no tienen voz para defender sus derechos. Si se quisiera hacer un breve retrato hablado de monseñor Romero, sería difícil hacerlo mejor. La llamada papal a los obispos para que se solidarizaran con los pobres insistía en que “en el seno de un sistema económico injusto, con disonancias estructurales muy fuertes, la situación de los marginados se agrava de día en día”. Y no hay duda de que monseñor Romero mantuvo en sus tres años de arzobispo una solidaridad clara con los empobrecidos de El Salvador. De hecho, antes de que el papa usara la expresión “voz de los sin voz”, así le llamábamos a Romero en nuestras tierras. Su muerte fue fruto, sin lugar a dudas, de su talante profético y de su defensa de los más débiles.

Hoy que caminamos hacia su canonización, no podemos poner al margen el sentido de su existencia. La Asamblea General de las Naciones Unidas consagró el 24 de marzo como Día Internacional del Derecho a la Verdad en relación con Violaciones Graves de los Derechos Humanos y de la Dignidad de las Víctimas. La fecha fue elegida, según se explica en la página web de Naciones Unidas, en recuerdo de “la importante y valiosa labor y los valores de monseñor Óscar Arnulfo Romero […], quien se consagró activamente a la promoción y protección de los derechos humanos en su país”. Desde un punto de vista laico, la ONU vincula a monseñor Romero con el derecho de las víctimas a la verdad. Y por supuesto, desde el punto de vista cristiano, quienes creemos en Jesús, víctima del pecado y la injusticia del mundo, traicionaríamos la fe en él si no apoyáramos a todas las víctimas del mundo trabajando en favor de su dignidad.

A un santo, los cristianos le podemos dar culto, recordarlo en nuestras iglesias, encomendarnos a su protección y amor. Pero de poco serviría eso si no somos capaces de seguir los valores y actitudes de monseñor Romero frente a los pobres, las víctimas y los débiles de esta sociedad tan desigual, tan excluyente y, por ende, tan plagada de injusticias. La canonización de nuestro obispo mártir, además de una fiesta, debe ser un llamado a nuestra conciencia. Celebrar a monseñor Romero implica comprometernos a buscar soluciones a los graves problemas de El Salvador, que crea víctimas sistemática y masivamente. No podemos tolerar sin buscar remedio que solamente una quinta parte de los mayores de sesenta años tenga pensión. El espíritu profético de monseñor Romero nos llama con urgencia a superar la pobreza, que golpea a una tercera parte de nuestros compatriotas.

No podemos quedarnos callados, asustados y paralizados ante la violencia generalizada que nos mantiene en una epidemia de homicidios, hoy cinco veces más grande de lo que podría ser un primer indicador epidémico. El machismo, las pretensiones de algunos poderosos de convertir el agua en un negocio en beneficio de unos pocos, la debilidad de unas instituciones complacientes con la injusticia y con la corrupción son problemas que debemos abordar desde un diálogo inteligente, racional y abierto al bien común. De lo contrario, las próximas generaciones irán olvidando a monseñor Romero y buscando una vez más soluciones individualistas o favorables a los más fuertes. San Romero de América debe mantenerse vivo en el recuerdo y en un culto necesario para la construcción de una sociedad solidaria, donde la paz sea fruto de la justicia.

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Anónimo
30/09/2018
08:41 am
No hay que olvidar que los papas son figuras político-religiosas y cada papa tiene su punto de vista político sobre un determinado país a miles de kilometros de distancia mientras que Romero era el que estaba viviendo en carne propia los eventos políticos de El Salvador, esa forma de ver las cosas cambia de papa a papa hoy pueda que un papa permita la pedofilia mañana otro pueda que la condene pasado mañana otro pueda que permita que se puedan casar cura con cura y así sucesivamente, el sistema religioso siempre va adaptándose a los tiempos y a los gustos y preferencias de la feligresía de ahí los innumerables concilios que ha tenido a través de su historia desde su fundación en el Concilio de Nicea en el año 325 precidido por su fundador el César Constantino, emperador de Roma.
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Anónimo
28/09/2018
08:16 am
Me parece muy valiosa y vigente la nota publicada por la UCA sobre Monseñor Romero. No pretendo disminuir su valor y oportunidad, aunque debo lamentar la indiferencia de Juan Pablo II ante la visita de Monseñor Romero en su momento, dejandolo sólo y dando la oportunidad de que fuera interpretado como abandono religioso por la derecha salvadoreña, esa fuerza política, social y económica que siempre condenó, condena y condenará a Mons Romero, donde tendrán la complicidad de sectores de la iglesia a todo nivel. Siempre voy a lamentar ese hecho, como algo que no debió ocurrir.
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Anónimo
28/09/2018
06:42 am
excelente reflexión, la hago mía!
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Anónimo
28/09/2018
05:07 am
El articulo no dice nada del desprecio que le hizo el papa polaco a Romero cuando fue a Roma para informarle de los atropellos y crimines de la oligarquía salvadoreña. El polaco se hizo muy polaco: no quizo ver, ni oír.
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