Hacia una cultura de la igual dignidad humana

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Editorial UCA
15/12/2020

La semana pasada se celebró el 72.° aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y el 39.° aniversario de la masacre en El Mozote. En estos días previos a la Navidad, nada resulta más parecido a la matanza de inocentes que narra el Evangelio que la masacre en El Mozote, brutal y abundante en el exterminio de menores de edad. El desprecio por la igual dignidad de la persona quedó patente en esa barbarie y se prolongó sistemáticamente en el tiempo, a través de la destrucción y muerte de la guerra civil. A lo largo de ella, el batallón Atlacatl continuó liderando la bandera de la infamia, asesinando, cometiendo masacres y mostrando un terrible desprecio por la vida humana.

Ciertamente, en aquellos años, la igual dignidad de la persona no formaba parte de la cultura. Los defensores de derechos humanos se convertían fácilmente en objetivos militares. Ellos dedicaron su vida a la defensa de la dignidad concreta de tanta gente asesinada, torturada y violada. Hoy se les recuerda con aprecio y admiración crecientes. Sin embargo, la cultura de la igual dignidad sigue siendo débil y deficiente. Esto se constata en la persistencia de la pobreza, en los bajos niveles educativos, en la prevalencia del machismo, en la porosidad de la violencia y en la desigualdad socioeconómica. Y se advierte incluso con mayor claridad en la negativa a reconocer oficialmente la brutalidad de la guerra y en la dura resistencia a tomar acciones concretas para honrar los derechos humanos.

Vemos una Fuerza Armada incapaz de pedir perdón por los graves crímenes cometidos en el pasado. La negativa del Ejército a obedecer al juez que lleva el caso de El Mozote y abrir los archivos militares de hace 40 años no solo es un acto de prepotencia, sino también de desprecio a nuestra gente. Que ante ello otras instituciones del Estado se limiten a bajar las orejas muestra la honda corrupción del sistema democrático salvadoreño. Porque en una democracia la corrupción más grave no es la económica, por aguda que esta sea, sino la que lleva a traicionar cobardemente la dignidad de los sencillos y de los pobres. A este respecto, no hay que engañarse: la corrupción económica nace precisamente de esa soberbia del poder político y militar que lleva a sus líderes a despreciar los derechos de los humildes.

La pandemia de covid-19 ha sumido al país en una intensa crisis. La pobreza, la enfermedad y la violación de derechos humanos afectan más a los que menos recursos tienen. Recomponer una sociedad construida sobre la cultura de la prepotencia, de la ley del más fuerte y del abuso del poderoso requiere tiempo, paciencia y cultivo de la conciencia. Hay testigos del pasado que nos iluminan en este caminar, como monseñor Romero y los niños masacrados de El Mozote. También hay muchas personas hoy que buscan construir una sociedad coherente, reconciliada y respetuosa de todos sus miembros.

También celebramos aniversarios y fechas que señalan el rumbo correcto a seguir. La Navidad, ya próxima, es tiempo de “paz en la tierra para los seres humanos de buena voluntad”. El diálogo, la búsqueda de soluciones a nuestra conflictiva realidad y la reflexión seria sobre el valor primordial de todo ser humano son más importantes que el consumo de esta época o las elecciones próximas. Sin compromiso y trabajo en favor de la igual dignidad humana, El Salvador no superará sus graves problemas.

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