Con frecuencia se lee en los periódicos y en las redes que la pandemia del coronavirus marcará una nueva fase en la historia de la modernidad. Unos dicen que el capitalismo no podrá continuar funcionando como hasta el presente. Otros, que caminamos hacia una mayor presencia estatal en el funcionamiento de los países. Y no faltan quienes insisten en que la epidemia ha demostrado que el nacionalismo y los Estados no sirven para manejar este tipo de desastres, necesitándose una coordinación mundial mucho mayor. Más allá de la exactitud o el cumplimiento de estas opiniones, lo cierto es que todo desastre debe convertirse en una lección para el futuro. Y hoy es claro que la ciencia médica y las ciencias sociales no pueden ni deben aceptar que contingencias como la actual las sorprendan tan desprevenidas.
En nuestro país, urge que la segunda etapa de la respuesta a la emergencia tenga unas características diferentes a la primera, que ya está a punto de expirar. Un mes es un tiempo suficiente para percatarse de aquello que se hace mal. Y se puede suponer que muchos de los errores de la primera etapa se debieron a la inexperiencia de un Gobierno nuevo y a la rapidez con la que se quiere actuar. De hecho, ya se corrigieron algunas situaciones desastrosas de los primeros días, como la exagerada concentración de personas, sin ningún tipo de precaución ni recursos, en el centro de contención de Jiquilisco, así como que en algunos albergues y hospitales se haya mezclado a personas sin atender ningún protocolo de salud. Además, en algunos albergues, la autoridad última parecía estar más en manos de militares que de médicos. El modo agresivo de contestar a la crítica ciudadana, tanto por parte del presidente como de algunos de sus funcionarios, ha alentado un estilo militaroide y autoritario que se va extendiendo y volviendo preocupación pública.
En esta segunda etapa de la emergencia, es importante sugerir cómo mejorar. A continuación, algunas ideas. En primer lugar, mientras dure la cuarentena domiciliar, se debe continuar ayudando económicamente a las familias afectadas de menores recursos, aunque afinando el sistema de distribución de las ayudas con el objetivo de evitar aglomeraciones. En segundo lugar, el ministro de Salud debe conformar un comité de médicos especializados en las áreas de infectología, epidemiología, pneumatología y cuidados intensivos, para que aporten opinión e información técnica,y propongan medidas. En tercer lugar, sería importante incluir a las familias no solo en la tarea de evitar el contagio, sino también en el cuidado de los casos leves de la infección, pues separar a las personas de sus familiares por un tiempo prolongado puede ser más perjudicial que sano. Montar una campaña de salud mental con el apoyo de psicólogos es también necesario, así como instruir adecuadamente a los agentes de la Policía en el modo de exigir el respeto a las normas preventivas. Además, delegar en el poder judicial la toma rápida de decisiones en los casos de violación de la cuarentena sería mucho más democrático que dejar todo en manos del Ejecutivo. Finalmente, es fundamental implementar acciones (indultos especiales, por ejemplo) para descongestionar las cárceles y de ese modo al menos aminorar la posibilidad de que se conviertan en centros de contagio masivo.
De lo que se trata no es de dar soluciones totales a los problemas existentes. Lo importante es que en esta segunda etapa de medidas especiales contra la epidemia todos los sectores sociales den su opinión sobre cómo mejorar el funcionamiento de las mismas. Y que el Estado, principalmente el Ejecutivo, busque formas de escuchar, dialogar y manejar la emergencia sin perder nunca de vista el pleno respeto de la dignidad humana.