El Tribunal Supremo Electoral ha declarado al FMLN como ganador de la elección presidencial, desestimando por unanimidad las peticiones que Arena interpuso para declarar la nulidad de los comicios del 9 de marzo. De acuerdo a la legislación, el plazo para apelar la resolución es de 48 horas. Y por lo visto hasta hoy, es probable que el partido de derecha use este recurso para seguir hablando de un fraude que solo ven ellos y los que han cerrado filas en contra del FMLN. La resolución del Tribunal es la que se esperaba. Arena pidió y sigue pidiendo lo que sabe que no es posible. Así, la negativa a sus peticiones le sirve de argumento para seguir empecinado en afirmar que el futuro Gobierno no goza de legitimidad. Arena centra otra parte de sus esperanzas en el amparo interpuesto ante la Sala de lo Constitucional, que también muy probablemente dictará en su contra.
Aun en el caso hipotético de que la Sala fallara a su favor, ordenando contar voto por voto, ¿cómo solventaría ese conteo todas las objeciones interpuestas por Arena? Contar voto por voto no aclarará si hubo gente que votó dos veces, si votaron personas a las que no les estaba permitido, si hubo gente a la que se le impidió sacar el DUI, etc. Además, si Arena argumenta en la línea de la revisión de los votos nulos e impugnados, le está diciendo directamente a su militancia, a las personas que representaron al partido en las JRV y a sus vigilantes que no sirvió de nada el trabajo que hicieron el 9 de marzo. Y está diciendo también que no cree en las actas que tienen las Juntas Electorales Municipales y Departamentales, en las que también tiene representación; y que desestima la labor de la Fiscalía General de la República y del conjunto de observadores que dieron fe del proceso electoral.
Y de esa forma, con cada día que pasa, los que siguen objetando el resultado electoral se van quedando más solos; tarde o temprano, el veredicto de la ciudadanía tendrá que ser reconocido. Es hora de darle vuelta a esa página y ver hacia adelante. El calvario que supuso la maratónica campaña para esta elección presidencial fue demasiado pesado como para que ahora debamos soportar su prolongación. Es tiempo de dejar el laboratorio del ambiente electoral y pasar a la realidad. El pueblo salvadoreño requiere que se siga trabajando en solucionar los problemas que le aquejan. No es del todo cierto afirmar que la población está polarizada, sobre todo cuando la unen tantos padecimientos y la fe en que trabajando juntos podemos salir adelante. Es cierto que en lo referente a las preferencias electorales la ciudadanía que votó en la segunda vuelta de la elección presidencial se dividió prácticamente en dos. Solo en este sentido coyuntural, en estricta referencia al voto, se puede hablar con propiedad de una polarización.
Por lo tanto, partir de esos resultados para asegurar que el país entero está polarizado tiene poco fundamento. En primer lugar, recordemos que en la segunda vuelta, la ciudadanía solo tuvo dos opciones para votar. Que alguien se haya inclinado por una de ellas no indica que comulgue totalmente con sus planteamientos. Además, solo votó un poco más del 60% de la ciudadanía empadronada, por lo que el significativo porcentaje que no lo hizo queda fuera de esa supuesta polarización. ¿Y qué decir de la gente no empadronada? ¿También se asume que está alineada con uno de los dos bandos? Cuando se hagan las próximas elecciones, con más opciones, seguramente el voto se distribuirá de otra manera, y lo de la polarización quedará entonces relativizado. Por ello, ni el FMLN ni Arena deben hacer cuentas alegres para las elecciones legislativas y municipales de 2015.
La estrategia electoral que planteaba esta elección como una lucha maniquea y apocalíptica entre el bien y el mal, entre democracia y autoritarismo, entre libertad y dictadura, ha abonado a esa lectura del país polarizado. Y no hace bien fomentar esa idea que solo está en la mente de dirigentes partidarios y grandes medios de comunicación. Es hora de pensar en El Salvador y seguir adelante. El nuevo Gobierno tiene retos monumentales por enfrentar. Y en la tarea de superarlos debe tomar en cuenta la voluntad manifestada por casi la mitad de los votantes que no le dieron su voto.