En el debate sobre los resultados electorales, Arena ha decidido llevar la polémica más por el lado de la imagen que de la legalidad. Y aunque la imagen puede ayudar a comprender situaciones de injusticia, la legalidad es el camino para resolverlas. Empeñarse en lanzar frases altisonantes para justificar las propias acciones no hace sino añadir confusión y tensión a situaciones fácilmente superables. Cuando Arena exhibe un error de digitación en el conteo preliminar de votos como muestra de fraude, simple y sencillamente está tratando de crear una imagen falsa para imponer después su propia posición, sin más prueba que la cólera de haber perdido la elección por una pequeña diferencia. Exhibir enmascarado ante los medios a un supuesto testigo de que algunos presos participaron en las votaciones del 9 de marzo, en vez de llevarlo directamente a la Fiscalía, quita credibilidad al testimonio. El lenguaje, que es el medio de comunicación simbólico por excelencia, puede también usarse para reforzar imágenes. Si hablamos de permanecer en pie de guerra, si insinuamos participación de la Fuerza Armada en nuestro favor, si insistimos en que se hace lo que nosotros queremos o aquí se viene el caos, se prioriza la imagen sobre la legalidad. Y peor cuando usamos estampas violentas de otro país para amoldarlas al nuestro, sin que ambas realidades correspondan.
El problema de la imagen separada de la legalidad es que no resuelve los problemas. Además, demuestra incapacidad de convivencia democrática. Que un partido diga que en El Salvador solo se fía de la Sala de lo Constitucional, o bien deja en entredicho a toda la institucionalidad del Estado, o bien deja en ridículo a quien lo dice. Y quien lo dice no tiene una tradición de raigambre democrática. Todavía tiene un himno reñido con los derechos humanos y prácticamente idolatra a su fundador, Roberto D’Aubuisson, acusado de dirigir escuadrones de la muerte y de asesinar a monseñor Romero. Considerarse a sí mismo juez de toda la institucionalidad salvadoreña, capaz de decidir quién es fiable y quién no, hace que este partido caiga en el descrédito. Máxime cuando viene de defender, hace un par de meses, al expresidente Flores, a quien consideraba fiable, casi como un mártir víctima de un linchamiento ejecutado desde el poder.
La política necesita apoyarse siempre en la legalidad. El capricho, la visión particular, el rechazo a escuchar observaciones y reflexiones de observadores independientes no producen política democrática. Apuntan más a la vieja tradición de autoritarismo en El Salvador, donde el dinero y las armas podían imponer su criterio por encima de las normas básicas de convivencia. El país necesita que la política camine de la mano de la legalidad y la institucionalidad, no de exabruptos y puños levantados, sean de derecha o de izquierda. Una derecha civilizada es tan importante para el sano desarrollo de un país como una izquierda civilizada. Y civilización hace siempre referencia a convivencia pacífica, racional, regulada por leyes que protegen tanto la libertad como los derechos económicos y sociales de las personas.
La vieja polémica entre libertad y solidaridad se resuelve hoy en la vida política con el respeto conjunto de los derechos de las personas, complementándose desde diferentes visiones, manteniendo una sana alternancia, practicando la democracia y fortaleciendo sus instituciones. Dialogar, enfrentar el futuro con espíritu democrático, participar en un diálogo cooperativo que trate de conseguir acuerdos básicos de país para solucionar la pobreza y la desigualdad es ahora el reto. La educación, la salud, el trabajo y el salario, el medioambiente —a punto de echársenos encima con el calentamiento global— y algunas de nuestras instituciones plantean una serie de problemas que solo juntos podemos enfrentar, independientemente de que el Gobierno sea de derecha o de izquierda. Si la colaboración en esos puntos es urgente, mejor será empezar ya a dialogar, en lugar de perdernos en la ilusión de imágenes falsas, que agravan más nuestros complejos problemas.