El viernes pasado, el presidente avisó en cadena nacional que el lunes 30 de marzo iniciaría la entrega de los 300 dólares de ayuda a las cientos de miles de familias que sufren la merma o ausencia de ingresos debido a la cuarentena nacional, y detalló el mecanismo: los ciudadanos debían abrir una página web e introducir su número de DUI para saber si habían sido favorecidos con la ayuda y dónde y cuándo podrían retirar el dinero. Sin embargo, la página en cuestión colapsó casi de inmediato, incapaz de procesar el gran número de consultas. Pero no se trató de un ataque cibernético contra la página, como afirmó en Twitter el presidente, sino de algo que cabía esperar en estas circunstancias: la urgente necesidad de una gran mayoría de la población. De hecho, el colapso de la página fue el anuncio de lo que sucedería en los días siguientes.
El sábado 28 ya algunos Cenade estaban abarrotados de gente, pese a que el fin de semana no brindan atención. Se les dijo que regresaran el lunes para ser atendidos. Y el lunes, desde muy temprano, se desató el caos. La gente acudió en masa a las sucursales bancarias para retirar su dinero y a los Cenade para recibir la información que no habían podido obtener por Internet o para reclamar porque su DUI no salía entre los beneficiados. Sin hacer consideraciones sobre la validez de la ayuda, es necesario señalar la irresponsabilidad con la que ha actuado el Gobierno en este tema.
Como ya lo ha reconocido el presidente, aunque sin asumir ninguna responsabilidad, la caótica situación y la salida de miles de personas de sus hogares en pos de conseguir la ayuda echaron en saco roto los nueve días de cuarentena nacional. Se formaron inmensas aglomeraciones, no se respetó ninguna medida de prevención, se rompió la cuarentena masivamente. Todo ello a causa de la improvisación, la falta de planificación y la ausencia de previsión presidencial. Fiel a su guion comunicacional, el presidente ha culpado a los anteriores Gobiernos de este gran fracaso, cuando lo responsable y decente sería admitir que este es un fallo suyo y solo suyo.
Afirmar que el sistema fracasó por culpa de terceros, porque la página web fue saboteada, porque la gente es pobre, porque no hay cultura, porque la mayoría de las familias no están bancarizadas, es negarse a reconocer que se utilizó una vía inadecuada para entregar la ayuda. Parece que ni Nayib Bukele ni su equipo conocían el país; parece que se enteraron de cómo es la realidad diaria en El Salvador solo hasta que fracasó el mecanismo que implementaron para la entrega de los fondos. Un Gobierno que afirma ser el mejor de la historia nacional debería conocer a profundidad esa realidad y tenerla en cuenta al implementar acciones. Pero se procedió como si viviéramos todos en uno de los países más desarrollados del mundo y con un alto índice de alfabetización y acceso digital.
Si el presidente supiera que este es un país pobre, que gran parte de la gente vive de lo que consigue a diario, que la mayoría de las familias no cuentan con un ahorro para hacer frente a las emergencias, habría previsto la ansiedad que generaría en miles de salvadoreñas y salvadoreños la posibilidad de recibir una ayuda de 300 dólares luego de estar ocho días sin ingresos; sabría que frente al hambre no hay paciencia. Este fracaso nació de la precipitación de anunciar la entrega de la ayuda sin que hubiera planificación previa, sin que el Gobierno estuviera de verdad listo y preparado para entregar el dinero sin dinamitar la cuarentena domiciliar. El fracaso estuvo en no medir lo que pasaría si la gente no se encontraba en la base de datos, en no dejar claro que la ayuda no se entregaría a todos a la vez, en no saber cómo segmentar a la población. Un esfuerzo de esta magnitud no se puede emprender de forma centralizada; requiere la colaboración de las distintas instancias de gobierno, especialmente las alcaldías, por su cercanía con la gente y el mejor conocimiento de los territorios.
Nayib Bukele ha repetido mecánicamente que El Salvador es el país que mejor está enfrentando la pandemia y que prefiere tomar decisiones rápidas, aun con el riesgo de cometer errores, que no tomarlas. Pero los últimos errores son demasiados abultados y no pueden justificarse, pues irrespetan la dignidad de los necesitados y ponen en riesgo la vida al posibilitar contagios en masa. Se ha perdido lo logrado a lo largo de nueve duros días de sacrificios y privación. Demasiada gente está ya de nuevo en la calle.