Dentro de las divisiones normales en el campo del pensamiento político, El Salvador tiene unos grados de polarización ideológica relativamente altos. Izquierda y derecha han obstaculizado con frecuencia la implementación de normas o políticas interesantes para el desarrollo de todos simplemente porque venían impulsadas por el partido contrario. Incluso en algunos momentos ambas tendencias políticas, desde discursos y actividades totalmente opuestas, han jugado el mismo juego. El ejemplo más característico de nuestra historia fue la oposición encarnizada que tanto la derecha como la izquierda mantuvieron contra la Junta Cívico-Militar, que surgió del golpe de Estado de 1979. Un Gobierno reformista, que pretendía devolver el país a la democracia, realizando previamente una serie de cambios interesantes, fue golpeado desde la izquierda y desde la derecha, imposibilitándole todo margen no sólo de éxito, sino de maniobra. Más allá de esas circunstancias trágicas, el resultado de estos juegos políticos ha sido el desprestigio de los partidos.
Hoy, aun en medio de una fuerte crisis, la política sigue inmersa en ese juego del mío y del tuyo, de la derecha y de la izquierda, y del deseo de grupo de sacar ventaja en cada momento. Pero con una leve diferencia. Mientras estaba en el poder, la derecha tuvo una disciplina interna mucho más fuerte que la que tiene la izquierda en estos momentos. Al ex presidente Saca, que no fue el peor de los presidentes areneros, lo han atacado desde el furor que despertó la derrota en las filas de la derecha. Si Arena hubiera ganado, con seguridad continuarían hablando de él como de un estadista. La izquierda, sin embargo, muestra mucha más tendencia al enfrentamiento público entre quienes están comprometidos, supuestamente, con un mismo proyecto político.
Esta tendencia de la izquierda al debate interno es por un lado normal, puesto que la izquierda, por naturaleza, agrupa a personas críticas que, como tales, tienen pensamientos diversos. Pero en política dar excesivas muestras de división interna ni es sano ni es bueno para lo que hoy solemos llamar gobernanza. Las críticas entre quienes mantienen el mismo proyecto ofrecen un panorama de debilidad y desconciertan a la ciudadanía. Ofrecen, además, un espacio que amplía el volumen y la audiencia de un sector sólo capaz para la crítica, e incapaz, absolutamente, de proponer pasos realistas para un desarrollo real y al mismo tiempo justo, con justicia social, para el país.
En este sentido, tanto el Presidente como el partido en el poder deberían mantener un diálogo interno mucho más intenso, y una opinión externa más despojada de lo que llamaríamos confrontaciones verbales generalmente estériles. La sociedad civil tiene todo el derecho a la crítica, y, por supuesto, también la oposición. Pero el FMLN debe presentar un rostro más coherente y unificado ante la opinión pública. La izquierda, en general, debe saber que no hay ni habrá nunca una propuesta política que abarque todas las aspiraciones de todos los sectores de izquierda. Y que de lo que ahora se trata es de demostrar que la izquierda puede gobernar, puede mejorar el panorama social y económico de El Salvador, y tiene la capacidad de dar cohesión a un proyecto de país en el que caminen juntos el crecimiento económico y el desarrollo social y socializador de bienes básicos, como la salud, la pensión o la educación de calidad.
Si dentro de la misma izquierda no se logra una unidad de fuerzas en torno a estos propósitos, y una unidad de ejecución en los pasos que llevan hacia esos objetivos, difícilmente se le podrá pedir a la derecha que piense en apoyar un plan de nación donde todos caminemos hacia lo que normalmente llamamos bien común.