No solo es pertinente, sino también justo hacer algunas consideraciones sobre la inspiración cristiana, ejemplaridad y compromiso con los pobres del P. Rutilio Grande ahora que se ha fijado fecha para su beatificación oficial, junto a la de los dos laicos que lo acompañaban y que también murieron asesinados. En primer lugar, hay que recordar que era amigo de monseñor Romero y que la Compañía de Jesús (en particular los jesuitas de la UCA) acompañó el trabajo apostólico de Rutilio en Aguilares como un tema de renovación pastoral y opción por los pobres. Después de su asesinato, la Universidad defendió y cultivó su memoria. Muchos jesuitas fueron testigos en su proceso de beatificación o contribuyeron con sus reflexiones y escritos a poner en contexto la santidad de este pastor que entregó la vida al servicio de los más sencillos.
A Rutilio le tocó vivir un tiempo difícil. Cuando llegó de párroco a Aguilares , los campesinos de la zona estaban en una situación de aguda pobreza y la protesta y la organización popular comenzaba a crecer mientras el Gobierno daba claros pasos hacia la represión. Los obispos latinoamericanos, reunidos en Medellín, Colombia, habían dicho poco antes: “La originalidad del mensaje cristiano no consiste directamente en la afirmación de la necesidad de un cambio de estructuras, sino en la insistencia en la conversión del hombre, que exige luego este cambio. No tendremos un continente nuevo sin nuevas y renovadas estructuras; sobre todo, no habrá continente nuevo sin hombres nuevos, que a la luz del Evangelio sepan ser verdaderamente libres y responsables”. Rutilio, al igual que los laicos que trabajaban con él, era capaz de crear estructuras nuevas de fraternidad y amistad.
El jesuita era de esa clase de persona renovada a la luz del Evangelio, solidaria con los pobres y en búsqueda, junto con ellos, de una sociedad más justa, encaminada hacia la solidaridad y el cambio social. Hablaba con todos, no despreciaba a nadie y tenía la paciencia del que sabe escuchar y descubrir en los otros los anhelos profundos que llevan a una vida fraterna. Quería justicia y paz al tiempo que predicaba con valentía contra todo tipo de injusticia y violencia cometida contra los pobres. Conocía el lenguaje popular y el del Evangelio, y los unía en su modo de expresarse, buscando que la vida de la gente se uniera a la fuerza del mensaje liberador de Jesús. No tenía miedo, porque sabía que estaba en el camino de la vida y disfrutaba del cariño de quienes lo rodeaban. Eso le hacía libre. Lo suficientemente libre para decirle verdades al poder y para que los poderosos lo quisieran matar.
Hoy, cuando la desigualdad domina, cuando la superficialidad y la hipocresía manipulan las responsabilidades del Estado y las ponen al servicio del poder, es esencial recordar y celebrar la existencia de gente como Rutilio Grande. Personas de bien, que hacen de la la solidaridad su opción fundamental en seguimiento a Jesús de Nazaret. Recordar a Rutilio significar hablar de la necesidad de luchar contra la desigualdad, superar todo lenguaje de odio y polarización, e impulsar un desarrollo humano basado en la igual dignidad. Rutilio anima a poner la autenticidad en el servicio, no en la palabrería y la propaganda. Impulsa a enfrentar las estructuras de dominación y exclusión desde la fuerza de la palabra racional y el respeto a las normas básicas de la convivencia fraterna. Rutilio continúa trabajando en la tierra con su ejemplo y su dignidad. La muerte violenta e injusta no lo borró de El Salvador, sino que lo hizo más presente en nuestra historia. A todos nos corresponde continuar con ese trabajo constructor de hermandad y dignidad. Solo así se logrará que el país sea la mesa común de la que él hablaba en sus homilías: una en la que todos participan y donde a nadie le falta el conqué.