La situación en Guatemala nos ha impresionado a todos. Un Estado débil, con serias fracturas, con liderazgos muy divididos, con poca representación de la sociedad real en la conducción de la cosa pública, se enfrenta ahora con una crisis de gobierno grave. El detonante ha sido el video publicado la semana pasada, en el que el abogado Rosemberg responsabiliza de su propia muerte, y del asesinato de un empresario y su hija, al presidente de la República, Álvaro Colom, entre otros funcionarios. Como trasfondo del crimen se menciona una supuesta red de corrupción en torno a uno de los bancos más importantes de Guatemala.
Siendo la institucionalidad tan débil, se ha insistido en respetarla y llegar al fondo del asunto. El propio Presidente chapín ha pedido al FBI y a una estructura que depende de las Naciones Unidas, y que tiene como misión luchar contra la impunidad en Guatemala, que supervisen todo el proceso de investigación sobre la muerte del abogado y el empresario. El Vicepresidente guatemalteco, un médico muy respetado en el país, ha lamentado en general la falta de institucionalidad y la ausencia de partidos políticos fuertes. No ha dudado incluso en decir públicamente que las asociaciones partidarias en Guatemala parecen clubes de amigos más que partidos políticos. Ello le quita a los partidos no sólo representatividad, sino también fuerza para respaldar la institucionalidad.
Por supuesto, a los salvadoreños nos conviene que esta situación se solucione lo más rápidamente, con transparencia, justicia y veracidad. Tener de vecino a un país hermano que podría evolucionar hacia una especie de Estado delincuente no es en absoluto agradable ni positivo para nosotros. Las relaciones comerciales, diplomáticas, culturales y sociales con Guatemala son muy fuertes, y nuestra propia realidad tampoco es demasiado firme en lo que normalmente llamamos Estado de derecho. Tenemos índices muy parecidos de violencia y de impunidad. Y la corrupción es también parte de nuestras debilidades. El asesinato en el vecino país el año pasado de cuatro salvadoreños, tres de ellos con una fuerte dimensión pública, y la oscuridad que ha rodeado y sigue rodeando el crimen muestran un claro efecto de la situación guatemalteca en nuestra propia realidad. Pero, ciertamente, cuanto más se complique la realidad de nuestros vecinos, más sensible será la nuestra a cualquier tipo de crisis sociopolítica.
Aunque con partidos políticos mucho más establecidos y fuertes, y con una estabilidad política mayor, El Salvador corre el riesgo de que sus propios partidos puedan perder representatividad ante una ciudadanía que desea desarrollo social, transparencia administrativa y eficacia institucional. Necesitamos mayor responsabilidad política y freno rápido a la violencia y la impunidad. Urge acrecentar el diálogo social, asegurar que los partidos y los Gobiernos responden a las necesidades de nuestros pueblos, y empoderan y alientan al ciudadano en el desarrollo de sus capacidades. Todo ello es indispensable para prevenir crisis sociales como la que hoy sacude a Guatemala.
Ser solidarios, en la medida en que podamos, con la justicia del vecino país, apoyando la solución de su crisis por las vías institucionales, es importante para nosotros. Como lo es también el reflexionar sobre la urgencia de estar cada vez más unidos a las necesidades ciudadanas. Al final, la solidez de las instituciones depende de la confianza que la ciudadanía deposite en ellas. Y eso se consigue funcionando bien y sirviendo a la gente en sus necesidades de seguridad y desarrollo humano. Mejorar aquí es ayudar a que mejoren las cosas entre nuestros vecinos. Continuar aquí con corrupción, violencia, injusticia social e impunidad, aunque nos conformemos con decir que estamos mejor que nuestros vecinos, es asumir con demasiada tranquilidad el riesgo de caminar hacia la crisis permanente.