En medio de las intensas preocupaciones de la ciudadanía en torno a las implicaciones políticas y económicas del covid-19, se corre el riesgo de dejar de reflexionar sobre otros temas que son básicos para el futuro de El Salvador. Uno de ellos es el impacto de la pandemia en la familia. Generalmente se asume con facilidad que esta es clave para la sana incorporación de las personas en la sociedad, y por ello se reconoce la prioridad social de la familia. La Constitución salvadoreña recalca enfáticamente en su artículo 32 que “la familia es la base fundamental de la sociedad y tendrá la protección del Estado, quien dictará la legislación necesaria y creará los organismos y servicios apropiados para su integración, bienestar y desarrollo social, cultural y económico”.
Sin embargo, en situaciones de desastre, sean sanitarias, telúricas o climáticas, se tiende mucho más a ayudar a los individuos, dejando de lado el necesario apoyo a la familia. Por poner un ejemplo, cuando en el país se habla de la recuperación económica pospandemia, se insiste en la generación de trabajo, pero nadie propone establecer o impulsar un salario familiar, o definir las ayudas en función del número de miembros de la familia. También el apoyo sicológico se tiende a dar individualmente; muy rara vez se desarrollan procesos de asistencia que incluyan al grupo familiar.
Es evidente que durante la actual situación ha habido daños familiares. Sin duda, la pandemia ha generado en algunas familias dinamismos positivos de solidaridad, comprensión, diálogo y mayor unión. Pero también ha ocasionado graves sufrimientos por la muerte de seres queridos, tensiones sicológicas ante el miedo al contagio, dificultades económicas, agresividad generada por el encierro, cansancio por el aumento de responsabilidades de cuido, especialmente de niños y ancianos, e incluso diferentes formas de abuso. Estos daños permanecerán perjudicando la interioridad y sicología de las personas si no se dan formas de ayuda y apoyo.
La economía proviene en su origen y en su etimología de la administración de los bienes del hogar, que no está orientada por la lógica del mercado, sino por la solidaridad y la unión intergeneracional. La sicología, como ciencia, nos dice que en la familia se estructuran, para bien o para mal, muchos de los comportamientos, valores y capacidades del futuro adulto. Y por la sociología sabemos que la familia es el primer paso de la socialización, abriéndonos a la empatía y a la dimensión comunitaria. En ese sentido, invertir económica, sicológica y socioculturalmente en la familia es una necesidad imperiosa para el desarrollo de los países, en especial después de una crisis que golpea esas dimensiones. Una necesidad aún más urgente en El Salvador, donde la familia tradicional ha evolucionado en buena medida hacia una familia monoparental como resultado de la migración, dejando en mayor debilidad a sus miembros.
El Estado debe desarrollar, pues, una política familiar amplia en el entorno de la actual pandemia. Es cierto que lo más inmediato es curar y salvar vidas, pero la inmediatez no debe aplazar la planificación del largo plazo. En el proceso de discusión de esa política tiene que sopesarse el establecimiento de un salario familiar que permita una vida digna e incluso un margen de ahorro que dé estabilidad al grupo. El apoyo sicológico a las familias que han sufrido desgracias graves o conflictos internos durante la pandemia es también indispensable para un desarrollo digno en el país, al igual que el acompañamiento a las familias en pobreza, el acceso a un servicio médico de primer nivel y el apoyo a la primera infancia.
Porque va mucho más allá de una simple crisis sanitaria, la pandemia de covid-19 impone enormes desafíos para los años venideros. Apoyar a la familia no solo será clave para prevenir futuras crisis, sino también para salir con bien de la actual.