La familia, siempre

El reciente informe del PNUD llama la atención sobre el tema de la familia en El Salvador. Si queremos desarrollo, cohesión social, convivencia pacífica, tenemos que fijarnos en la familia. Y no solo fijarnos, sino emprender políticas públicas que impulsen el bienestar familiar tanto con la protección de la infancia como con la atención a una vivienda digna. Mientras el PNUD insiste en este tema, Unicef lo refuerza mostrándonos el panorama de violencia contra los niños que se da en el país. En los últimos 8 años han sido asesinados más de 5,400 menores. Las agresiones sexuales contra este grupo se cuentan por miles, y casi 300 mil niños de entre 4 y 17 años no asisten a la escuela, en buena parte por la pobreza o la delincuencia. Aunque toda esta violencia no procede del hogar ni de la familia, lo cierto es que nuestros hogares pobres padecen con mayor dureza la inseguridad que nos afecta a todos. La falta de vivienda digna y de lugares de esparcimiento hace la vida de los jóvenes más vulnerable y riesgosa, llevando luto, miedo y tensión a los hogares.

Este panorama debe hacernos reflexionar. La familia no solo es una institución básica, sino una de las principales fuentes de crecimiento personal. Nos hacemos personas en familia, desarrollamos en ella nuestra afectividad y desde ella misma aprendemos a mirar positiva o negativamente al mundo en que vivimos. La familia tiene al mismo tiempo una extraordinaria fuerza socializadora. El respeto, la justicia, el diálogo, la generosidad y el amor se aprenden especial e inicialmente en la familia. Esta sigue siendo, aun con las debilidades que puedan tener tanto el modelo clásico como las nuevas formas de familia, el instrumento más espléndido de humanización, personalización y socialización que está a nuestro alcance. Como decía Juan Pablo II, en "una sociedad que corre el peligro de ser cada vez más despersonalizada y masificada, y por tanto inhumana y deshumanizadora, con los resultados de tanta formas de evasión, como por ejemplo el alcoholismo o la droga, la familia posee y comunica hoy energías formidables capaces de sacar al ser humano del anonimato, de mantenerlo consciente de su dignidad personal, de enriquecerlo con profunda humanidad y de insertarlo con su unidad e irrepetibilidad en el tejido de la sociedad".

La pobreza, la inseguridad, la falta de atención paterna y materna forzada por trabajos duros y con frecuencia mal pagados, la casa sin servicios, incómoda y obligando a vivir hacinados o a sobrevivir en la calle hacen más difícil la cohesión familiar. Invertir en la familia, en la capacidad de poseer y mejorar la vivienda, en el cuidado y la educación de calidad desde los primeros años, en el trabajo con retribución digna es indispensable tanto para el desarrollo de las capacidades de cada ciudadano como para el crecimiento en esperanza, sueños, creatividad y relación pacífica e integrada en el resto de la sociedad. No podemos centrar el desarrollo en beneficios otorgados a quienes tienen más mientras se pagan salarios miserables en el campo. No podemos condenar a nuestras familias a vivir en cajas de fósforos, amontonadas unas sobre otras, sin pagar el precio de la agresividad y el descontento. Ni podemos seguir expulsando salvadoreños de nuestras tierras pensando que la migración, al final, revierte en dineros y remesas, que generalmente caminan rápido hacia pocas manos, mientras las familias quedan dispersas y a veces severamente golpeadas por la separación. Bastante hemos sufrido a causa de los problemas de nuestras familias como para que no prestemos atención a las voces que nos dicen, desde la Iglesia hasta las grandes instituciones internacionales de derechos humanos, que invertir en el bienestar de la familia salvadoreña es poner cimientos sólidos de desarrollo y de paz con justicia.