Cuando un proceso electoral se realiza con limpieza, equidad y transparencia, es el pueblo el que decide quién desea que lo gobierne. Eso sucedió el 3 de febrero en El Salvador. Fue la mayoría de la gente que acudió a las urnas la que eligió a Nayib Bukele como futuro presidente, y el resultado ha sido aceptado tanto por las autoridades electorales como por las distintas fuerzas políticas. Por ello, hay motivos para felicitarse: nuestra sociedad ha mostrado una vez más su voluntad democrática y respeto a la voluntad popular.
Lo que ocurrió el domingo pasado no debería de haber sorprendido a nadie, pues es coherente con lo señalado por las encuestas serias, que de manera contundente reflejaron la preferencia electoral por Bukele y el poco interés en participar en estos comicios. Las preferencias electorales ciudadanas apenas cambiaron desde la fecha en que se realizaron los sondeos de opinión. Las últimas semanas de la campaña electoral, el trabajo y la lluvia de promesas de los candidatos de Arena y del FMLN no fueron capaces de superar la popularidad del hoy mandatario electo ni de arrancarle parte de sus votantes. Sin embargo, ninguno de ellos fue capaz de animar a la población a participar masivamente en el proceso electoral.
De hecho, uno de los principales protagonistas de estos comicios fue el ausentismo: cerca del 50% decidió no votar, dejando la definición de la elección en manos de otros. Este dato es muy importante para la democracia. Tan baja participación muestra no solo pérdida de interés, sino también falta de afinidad y confianza en los actores políticos, algo de lo que no se puede culpar a la población, sino únicamente a la clase política. Una clase política que ha sido sorda a los mensajes y necesidades de la gente. Este hecho debería llevar a todos los partidos políticos —o al menos a aquellos que no deseen llegar a la irrelevancia— a preguntarse seriamente por qué la mitad de la población en edad de votar no confía en ellos ni se siente representada por alguna de las opciones políticas que participaron en esta elección. Y a partir de allí iniciar un proceso de revisión profundo.
Ante estos resultados, el FMLN y Arena, que han visto evaporarse la mayoría del apoyo popular que tuvieron por más de 30 años, deberían cuidarse de no desacreditar a la gente. De manera apresurada e irreflexiva, no han faltado ya quienes han acusado a la población de desagradecida por no apoyarlos, y que incluso han calificado la disminución del apoyo popular como una traición. Más bien son los partidos políticos los que a lo largo de décadas han traicionado una y otra vez a la gente no solamente por incumplir sus promesas electorales, sino por la falta de honestidad en el manejo de la cosa pública y por erigirse en representantes de un pueblo al que no atienden ni escuchan.
El proceso del pasado domingo ha mostrado el enorme desencanto y frustración política de gran parte de la ciudadanía, algo de lo que se tuvo primer y contundente aviso en las elecciones municipales y legislativas del año pasado. Es innegable que Nayib Bukele ha sabido entender y conectar con esa frustración, convirtiéndose en su principal representante. Tanto su denuncia de la corrupción como su crítica a los intereses partidarios tradicionales calaron en mucha gente. Con su elección como presidente se abre una nueva etapa en la historia política de El Salvador. Por el bien del país, Bukele debe cumplir lo que ha prometido: una nueva forma de gobernar, que por fuerza tiene que ser honesta y capaz de responder a las demandas y problemas ciudadanos teniendo como horizonte el bien común.
La UCA felicita a Nayib Bukele por la victoria electoral. Fiel a su misión, la Universidad acompañará como actor crítico y beligerante en la difícil tarea de liderar el gobierno de El Salvador, señalando aquello que se haga bien y contribuya al bienestar de las mayorías, y denunciando toda desviación del camino de la honestidad, la ética y el bien común.