Lo que se esperaba, sucedió. Con la inscripción de Nayib Bukele como candidato a la presidencia se consumó el quebranto a la Constitución de la República, de tal suerte que ahora el país tiene un presidente que es candidato a presidente. Y pasó como no podía ser de otra manera, fiel al ya predecible estilo Bukele: con una puesta en escena en la que él fue el centro, un espectáculo propio de una película de suspenso para tener en vilo a los incautos. Violar la Constitución de esta manera solo lo hizo antes, en 1935, el dictador Maximiliano Hernández Martínez, que como único candidato ganó las elecciones con el 100% de los votos. Bukele no es el único candidato para las elecciones del próximo año, pero, a efectos prácticos, lo será. El variado espectro de competidores solo adornará la foto de una reelección inconstitucional.
Ahora que la inscripción está en manos del Tribunal Supremo Electoral, de nuevo se realizarán malabarismos vergonzosos para hacer que la Constitución diga lo que no dice. Esto pese a que al presidente y a buena parte de la población no parece importarles que la inscripción y consecuente reelección sean, ambas, inconstitucionales. La ley y la verdad han dejado de ser relevantes. Ahora lo que vale es lo que se cree y lo que el poder desea, con independencia de la realidad y la legalidad. Sin embargo, que muchos lo quieran y lo aplaudan no quita que la reelección es un fraude a la Constitución.
La reelección servirá para preservar y extender la impunidad de la argolla en el poder y de sus socios. También para seguir trasquilando al Estado, es decir, a toda la población. El futuro del país es hoy muy incierto; está a merced de una persona y del grupo cuyos intereses representa. El sistema de justicia está sesgado gracias a la destitución de magistrados, la jubilación forzada de jueces y fiscales; la población, indefensa hasta el punto de que la única garantía de no ver vulnerados sus derechos es no ponerse en la mira del oficialismo y sus agentes.
Pero la reelección no es obra exclusiva de una camarilla con inagotables ansias de poder y riqueza. Para que la reelección fuera posible colaboraron algunos grandes medios de comunicación y periodistas que suspendieron el juicio crítico, llamaron “sentencia” a una resolución y que, por pasiva o activa, avalaron el plan del oficialismo. También el gran poder económico, que piensa más en sus beneficios que en el país y que se ha mostrado indiferente a la violación de derechos humanos y al desmantelamiento de la democracia. Puso de su parte también la academia que volvió la vista hacia otro lado y dio la espalda a la realidad. Y por supuesto, contribuyó el sector de la oposición incapaz de ver más allá de su nariz. El resultado es una dispersión que deja el camino despejado para que se repita la artimaña de Hernández Martínez . Por el momento, no hay condiciones para que surja una alternativa a lo que apunta a convertirse en una tragedia nacional.