El domingo en la mañana, buscando un horario y una movilización que entorpecieran el tráfico lo menos posible, se manifestaron en torno a las mil personas, jóvenes en su inmensa mayoría, en contra de la violencia. Las camisetas de un gran número de los manifestantes llevaban escrito un número: 692: el promedio anual de asesinatos de jóvenes durante los últimos cinco años.
La marcha fue, por supuesto, totalmente pacífica, organizada por los jóvenes, protagonizada por ellos. Muchos llevaban los nombres de jóvenes asesinados. Entre otros, se veía a los jóvenes de Un Techo para mi País, que portaban el retrato de Mario Moreno, asesinado mientras trataba de llevar el programa de vivienda digna a una zona de La Unión; o un buen grupo de familiares de Lino Morales Canjura, deportista y hombre honesto, asesinado en julio pasado cuando salía a socorrer a su madre, herida de bala en el asalto a su pequeño negocio. Todos los que marchaban recordaban de alguna manera a alguien querido, asesinado, y con frecuencia con la carga de la impunidad en las espaldas. Todos se sentían solidarios con tanto joven anónimo y bueno que fallece día a día en nuestra tierra, víctima de la violencia.
Además de exigir el funcionamiento adecuado de las instituciones, la regulación y prohibición del uso público de armas, el compromiso con la prevención y la persecución —cuando se dé— del delito, los jóvenes invitaban a otros jóvenes a iniciar un movimiento de jóvenes por la paz. Un movimiento que haga conciencia de lo urgente que es crear en nuestro país una cultura de convivencia pacífica, de respeto a las leyes, de buen funcionamiento institucional. Un movimiento, asimismo que contribuya a crear un liderazgo de futuro con características ciudadanas y democráticas, responsables y comprometidas con el cuidado de los derechos ciudadanos, la paz y la justicia social.
Los jóvenes entregaron su declaración contra la violencia a una serie de autoridades estatales que fueron citadas junto al monumento a El Salvador del Mundo. Sólo hablaron los jóvenes. No había política en el acto, sino reivindicación ciudadana y sentimiento profundo de la necesidad de construir cultura de paz.
Con frecuencia se dice que los jóvenes son el futuro del país. Pero frente a la violación de sus propios derechos, frente a la muerte y el asesinato de jóvenes y niños, es indispensable que nuestra juventud se convierta también en el presente del país. Y que asuman su responsabilidad y su liderazgo para decir “basta ya” a una ola de criminalidad y violencia que destruye precisamente lo que los jóvenes son, futuro y esperanza. Si algo se puede decir desde los medios de comunicación, es que necesitamos más jóvenes como los que se han manifestado. Necesitamos más opinión juvenil sobre los sentimientos y necesidades de los jóvenes. Necesitamos, en definitiva, felicitar a estos jóvenes y animarles a continuar incorporándose al presente del país y a la transformación de las miserias del presente. Sólo así, desde el trabajo en el presente, se convertirán nuestros jóvenes en el verdadero futuro de El Salvador.