La historia de la UCA evidencia que es una institución que no critica por criticar, sino para defender al pueblo salvadoreño de los abusos del poder y promover un modelo de sociedad democrática, en la que primen la verdad, la justicia, la equidad, la solidaridad con los empobrecidos, el bien común, los derechos humanos y la defensa de la Casa Común. Principios y valores coherentes con la visión cristiana de la vida y a los que la UCA no puede renunciar sin dejar de ser fiel a su misión. La Universidad critica ante el mal que causarán a la población ciertas políticas y acciones gubernamentales concretas. Critica para señalar errores que deben ser enmendados.
Todo régimen autoritario y sin vocación democrática da por supuesto que está en posesión de la verdad y dice actuar por el bien del pueblo que gobierna. Por ello, siempre rechaza la crítica, por muy bien fundamentada y razonable que sea, considerándola como parte de una conspiración en su contra. Un régimen dictatorial o autocrático necesita el poder absoluto y el control de la ciudadanía y de las instituciones para que acepten, aun a regañadientes o a la fuerza, su proyecto de Estado totalitario. Si no tiene más remedio, las hará desaparecer a fin de sostenerse y realizar sus planes.
El ejemplo más cercano es el régimen de Daniel Ortega, Rosario Murillo y el FSLN en Nicaragua, que ha encarcelado a más de 200 personas por sus opiniones, incluyendo a los principales líderes políticos; ha eliminado la persona jurídica de los partidos que no ha podido alinear a su proyecto dictatorial; y ha organizado una farsa electoral rechazada masivamente por la población y la comunidad internacional democrática. Frente a un régimen de este tipo, que conculca las libertades, irrespeta los derechos fundamentales y no se somete a ningún control, las personas e instituciones que tienen en su razón de ser la libertad y la democracia, y que por tanto asumen la defensa de los derechos humanos, el respeto a la ley, la búsqueda de la justicia social y el bien común, no pueden callar, y por eso resultan molestas.
Para garantizar la libertad y el respeto a los derechos humanos, son imprescindibles la crítica, la libertad de expresión, el poder decir lo que se sabe y piensa sobre cualquier tema sin temor a ser castigado. La defensa de estos principios y valores, y la fidelidad a la verdad llevan a señalar las mentiras y engaños de los poderosos y las autoridades; a denunciar cuando los fines del poder político y económico no son los que se dicen perseguir, sino otros; a pronunciarse sobre la bondad o la perversidad de las acciones del Estado. Ante ello, la respuesta de un régimen dictatorial es siempre que los críticos están equivocados, que tienen objetivos aviesos, que mienten o que no son capaces de darse cuenta de las bondades de su trabajo.
Para sortear la crítica, lo más propio de un régimen autoritario es amordazarla, impedir que se investigue, que se desenmascare la mentira. Y esto es precisamente lo que pretende el anteproyecto de ley de agentes extranjeros que se discute en la Asamblea Legislativa: poniendo obstáculos a la cooperación internacional, impedir el trabajo de las organizaciones que trabajan en pro de los derechos humanos, la libertad y la democracia. Pero la ceguera del poder les impide darse cuenta de que las personas e instituciones que tienen convicciones profundas no callan nunca, y que están dispuestas a seguir luchando en defensa de sus principios, hasta dar la vida si es necesario, como lo hizo san Óscar Arnulfo Romero, Rutilio Grande y los jesuitas de la UCA.