Es frecuente que haya diferencias, incluso irreconciliables, entre la opinión que de la realidad tienen los analistas políticos y columnistas, y lo que opina la población. Un buen ejemplo es la valoración de la jornada electoral del 2 de febrero. Mientras la de muchos analistas es negativa, la ciudadanía valora en buenos términos el desarrollo de la primera ronda de la elección presidencial. Y de ahí la importancia de los sondeos de opinión, pues permiten conocer qué piensa la población sobre un determinado tema y contrastarlo con otras voces, que en muchas ocasiones pretenden hablar en nombre de todos los salvadoreños, sin reflejar en realidad su sentir. En este marco, es útil traer a cuenta algunos de los resultados de la última encuesta del Iudop, en la que, entre otras cosas, la ciudadanía dio su opinión sobre la jornada electoral del 2 de febrero.
En primer lugar, destaca el incremento en el nivel de confianza de la población en el proceso electoral, lo que se refleja en la nota dada por los encuestados al Tribunal Supremo Electoral: 7.93, la mayor de toda su historia. Este incremento de la confianza ha supuesto también un importante incremento en el interés por participar en la segunda vuelta electoral, que es ahora mayor que el manifestado para la primera. Por otra parte, a pesar de lo mucho que se ha hablado sobre la abstención y las supuestas dificultades que la población tuvo para votar, el 95.5% de los encuestados afirma que votaron sin problema alguno.
En esa línea, se valora muy positivamente el voto residencial, ya que un 92% de los entrevistados señaló que su lugar de votación quedó en un lugar cercano al de residencia. Al indagar sobre la abstención, se encontró que el principal motivo para no ir a votar está directamente relacionado con la falta de interés, la poca credibilidad en los políticos y a que ningún candidato convenció. Solamente un 4.2% dejó de votar por falta de DUI, un 3.2% porque no sabía dónde le correspondía hacerlo y un 1.8% por la lejanía de su centro de votación. Más grave es que uno de cada diez dijera que no votó por miedo a la violencia y a las amenazas.
También es interesante conocer que el 45.6% de la población afirma no haber sido influida en su decisión por lo que vio o escuchó en los medios de comunicación durante la campaña electoral, y que el 60.7% de los encuestados dice haber decidido hace más de un año por quién votaría. Esto tiene que hacer reflexionar a los partidos tanto sobre la duración de la campaña como en el enorme costo de la propaganda. A la luz de lo que opina la gente, es muy probable que campañas más cortas y menos costosas sean igualmente eficaces. Además, los encuestados manifestaron que para despertar mayor interés en votar, los partidos deben evitar la confrontación, mejorar sus propuestas, dar a conocer con más detalles los planes de gobierno y desarrollar campañas más limpias.
A ese respecto, manifestaron más agrado por la campaña del FMLN que por la de Arena. Así, el 74% evaluó la campaña del FMLN como buena o muy buena, mientras que el 45.6% dijo que la de Arena fue mala o muy mala. Estos datos pueden explicar en buena medida los resultados de la primera votación. Igualmente importante es conocer los motivos por los que la población votó por un determinado partido. Los que se inclinaron por el Movimiento Unidad lo hicieron, en su mayoría, por el candidato y sus propuestas. Los que votaron por Arena lo hicieron por su ideología, por simpatía y por tradición, mientras que los que prefirieron al FMLN lo hicieron para que sigan los cambios, porque el partido ayuda a los pobres y porque es el más capaz.
El eficaz y limpio desarrollo de la primera vuelta, junto al hecho de que en la segunda solo participarán los dos partidos mayoritarios, ha generado, como se dijo antes, más interés en ir a votar; solo un 16.6% de la población manifestó tener poco o ningún interés en ir a las urnas en marzo. Esta combinación abre la posibilidad de que en la segunda vuelta vote más gente que en la primera, quebrándose así la tendencia típica. Y esto sería bueno para la democracia. Unas elecciones con poca participación y con resultados muy ajustados no abonan a la credibilidad en el proceso electoral ni a la legitimidad de las nuevas autoridades. Sin embargo, lo anterior no obsta para que sea igualmente legítimo no votar, votar en blanco o anular el voto si ninguno de los candidatos y sus respectivas propuestas convencen. Si bien la abstención y los votos en blanco o nulos no tienen peso a la hora de definir al ganador, deben ser considerados por los políticos como una señal de debilidad democrática y, en consecuencia, como un llamado de atención, a fin de que se tomen medidas para que esa parte de la población que se queda en casa o anula su voto vea satisfechas sus demandas y en la próxima elección tenga interés en participar.