La patria a honrar

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En septiembre son muchos los actos cívicos y los discursos sobre la patria. Es habitual referirse a ella como un ente sagrado, al que hay que respetar, cuidar y proteger. Es común oír que la patria requiere del esfuerzo abnegado y del sacrificio de sus hijos e hijas para preservarla de enemigos y amenazas. Con frecuencia, los discursos invitan vivir con patriotismo, a servir con heroísmo a la patria y a defender los intereses de ésta por encima de todo.

Estos discursos hacen referencia a una patria que se entiende como una realidad en sí misma, algo externo y distinto del pueblo. Poco o ningún sentido tiene, sin embargo, entender la patria de este modo. La patria es, antes que nada, el pueblo que en ella vive, y sus intereses no pueden ser distintos a los de ese pueblo que la constituye. Por ello, defender los intereses de la patria pasa por defender los intereses reales de toda su gente.

La superación del concepto tradicional de patria lleva a pensarla y entenderla como una realidad que debe ser construida día a día; una realidad en la que sus hijos e hijas son sus protagonistas y principales beneficiarios. Desde esta perspectiva, el verdadero patriotismo consiste en trabajar para construir una sociedad en la que todos los salvadoreños y salvadoreñas participen y se beneficien de ella, sin exclusiones de ningún tipo.

Actualmente, El Salvador es una patria que excluye del goce de una vida digna a más del 50% de sus hijos e hijas; que expulsa a sus mejores miembros hacia otros países en búsqueda de oportunidades que aquí no encuentran; una sociedad donde la violencia y el crimen afectan a más del 20% de la población, y en la que no se respeta el Estado de derecho. ¿Es esta la patria que se tiene que admirar y servir?

No se pueden llamar patriotas aquellos que han ostentado el poder a lo largo de estos casi doscientos años de independencia sin haber sido capaces, sin haber querido, construir una patria para todos. No son patriotas los que han expoliado al país y se han enriquecido a costa del trabajo y el esfuerzo de miles de salvadoreños y salvadoreñas que han sido condenados a vivir en la pobreza. No tienen un espíritu patriótico los que, desde la riqueza y el lujo, defienden salarios de hambre y se oponen a una reforma fiscal que dé al Estado los recursos necesarios e imprescindibles para transformar al país en beneficio de los más desfavorecidos. No son verdaderos patriotas los que destruyen nuestro medio ambiente ni los que pudiendo no hacen nada por impedirlo.

Verdaderos patriotas son aquellos que se han preocupado por el pueblo, que han defendido a los más pequeños y vulnerables, que han levantado su voz contra la injusticia, la violencia, la pobreza y todo tipo de opresión. Espíritu patriótico lo tienen aquellos que día a día se empeñan en transformar El Salvador, pero no al servicio de una minoría, sino pensando en las mayorías, en aquellas que siempre han puesto el trabajo y el sacrificio sin nunca beneficiarse de su patria. Patriotas son los que salen cada día a su trabajo y de sol a sol consumen su vida produciendo lo que el país necesita.

Patriotas son monseñor Romero y los que, como él, amaron al pueblo hasta dar la vida para que tuviera vida, pudiera alcanzar la verdadera paz, se le reconociera el derecho a la justicia y conociera la libertad. Ellos nos han enseñado que no se puede amar a la patria sin amar profundamente a su gente. Ellos soñaron una patria muy distinta a la actual. Una patria que considere a todos hijos e hijas por igual, que en verdad cuide de la salud de su gente, que la defienda de las amenazas de la naturaleza, que proteja a las personas más débiles, que reconozca el esfuerzo de los que han gastado su vida por ella, que dé educación de calidad a todos sus niños y jóvenes. Una patria en la que se pueda vivir del trabajo porque los salarios son dignos y alcanzan para cubrir las necesidades de una familia. Una patria en la que paz, justicia e igualdad de oportunidades no sean solo palabras, sino realidades vividas y sentidas por todos y todas.

Estos verdaderos patriotas nos han señalado el camino a construir; nos enseñaron a no darnos por satisfechos hasta que el sueño de un país inclusivo, justo y más humano se haga realidad. Una patria que defienda la vida de su pueblo, que dé oportunidades a todos de crecer, formarse, realizarse como personas, sí merece ser admirada y honrada.

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