Los intentos de arreglar las leyes para posibilitar una reelección en Nicaragua han despertado diversos comentarios en El Salvador. La tendencia ha sido amplia en América Latina; ya Venezuela, Colombia y Ecuador han entrado por ese camino. Honduras pretendía algo parecido y se ha visto sumida en la crisis golpista que ya conocemos. Ante esta tendencia debemos reflexionar sobre el problema que suele expresarse bajo las tendencias reeleccionistas.
En Europa, con modos de gobierno no presidencialistas, sino con designación de primer ministro por el Parlamento, las reelecciones son indefinidas. Margaret Thatcher estuvo 11 años al frente del Ejecutivo en Inglaterra y Felipe González 14 en España sin que ello representara una amenaza a la democracia. En nuestra área latinoamericana, con modelos de gobierno presidencialistas, Estados Unidos permite una reelección, lo mismo que Brasil. Y nadie se queja por eso. ¿Cuál es entonces —podemos preguntarnos— el problema de las reelecciones?
El problema en nuestros países no es tanto la reelección en sí misma, sino la debilidad institucional que rodea a nuestros sistemas democráticos. El hecho de que el Presidente tenga un gran poder, unido a la mencionada debilidad de los otros poderes democráticos, como la Asamblea o el poder judicial, hace que no sean recomendables las reelecciones. Este exceso de poder presidencial se ha convertido con demasiada frecuencia en nuestras tierras en posibilidad impune de alterar elecciones, corromper voluntades y reprimir desacuerdos. Incluso cuando en nuestros países se ha dado el caso de reelecciones supuestamente legítimas, las más de las veces se han terminado dichos ciclos a través de golpes de Estado. Las reelecciones y el militarismo, a su vez, también han caminado juntos en América Latina. Los tiempos en que en El Salvador se repetían sistemáticamente los triunfos del PCN presentando como candidato a un militar no son más que un pequeño ejemplo en el variadísimo concierto latinoamericano.
En ese sentido, y como defensa de la democracia, es justo e importante que defendamos en general la no reelección. Pero no porque la reelección sea mala en sí misma, sino porque la debilidad de las instituciones democráticas y el exceso de poder que tienen los sectores económicos y militares podría llevarnos fácilmente a regímenes autoritarios, bajo cualquier tipo de disfraz.
Pero también, y al mismo tiempo, debemos luchar en favor del fortalecimiento de nuestras instituciones democráticas de tal manera que en el futuro una posible reelección ni fuera una amenaza a la democracia ni la sintiéramos como tal. Superar la tradición autoritaria —y en ocasiones violenta— de nuestro modo de ejercer el poder es el desafío principal. Fortalecer nuestras instituciones, aprobar y cumplir la ley de transparencia de la administración pública, brindar una auténtica rendición de cuentas honesta y no propagandística son tareas pendientes y urgentes en El Salvador. Lo demás son temas de discusión que en nuestro caso se deben dejar para el futuro.