A un reconocido ambientalista salvadoreño se le preguntó cuál fue mejor política medioambiental del Gobierno anterior. La respuesta resultó del todo inesperada: el Sitramss, dijo. Más allá de estar o no de acuerdo con esa provocativa afirmación, lo cierto es que por lo que puede significar en términos de reducción de ruido y emisiones contaminantes, agilización del tráfico, ahorro de combustible, seguridad y comodidad para los usuarios, el proyecto podría traer beneficios tanto en modernización del transporte colectivo como en protección del medioambiente. Sin embargo, su implementación ha tenido deficiencias que no se pueden ocultar. Además, la polarización política conduce a que este tipo de proyectos sean valorados con poca o ninguna objetividad, de acuerdo a los intereses y conveniencias de los partidos y sus grupos cercanos. En sintonía con los intereses del principal partido de oposición, los medios de comunicación no desaprovechan ocasión para criticar el Sitramss, buscando hacer quedar mal al Gobierno. A esta radicalización ha contribuido que Sánchez Cerén aprobara que la prensa escrita —por fin— pague impuestos, al igual que el resto de empresas. Es decir, las críticas acérrimas y frecuentes al proyecto hay que contextualizarlas en la campaña permanente por desacreditar todo lo que hace el Ejecutivo y que persigue consolidar intereses electorales y económicos concretos.
La política salvadoreña corroe todo lo que toca. Solo la lógica partidaria explica que el Sitramss haya sido implementado por el Gobierno y no por las alcaldías, como ha sucedido en casi todos los países donde funciona un sistema similar. Como la administración edilicia de la capital es de la oposición, la posibilidad de entendimiento y de colaboración es prácticamente nula. Las descalificaciones que a menudo se leen, escuchan y ven en los medios de comunicación pierden peso porque, en definitiva, solo buscan resaltar los fallos, pero no para que se superen esas deficiencias. Sin duda, si en el Gobierno estuviera Arena, los medios de comunicación que hoy critican estarían alabando el proyecto; y los que lo defienden serían unos críticos feroces. Así como hoy los que se rasgan las vestiduras por el madrugón de los diputados para aprobar la tímida reforma tributaria guardaron un silencio cómplice frente a la aprobación sin discusión del TLC o la dolarización; y viceversa: los que en su momento criticaron con vehemencia ese modo de proceder, hoy defienden la conveniencia de legislar de madrugada.
La política partidaria no es una buena consejera para bienestar del pueblo salvadoreño. El Gobierno de Funes se empeñó en someter la construcción del Sitramss a los ritmos de la campaña presidencial, y se equivocó. Por eso, aunque se prolongará el calvario de los embotellamientos de tráfico, es sensato que se haya definido el fin de este año como fecha para que el proyecto comience a funcionar. Los meses que faltan deben ser aprovechados por los funcionarios responsables de su implementación para trabajar en serio y superar todas las deficiencias que el proyecto pueda tener. Y de una vez por todas deben responder las preguntas clave: ¿cuánto costará el pasaje?, ¿qué papel tendrán los propietarios y los trabajadores de los buses que dejarán de circular?, ¿qué rol, las empresas relacionadas con el proyecto?, ¿cómo accederán los usuarios a las paradas de los buses sin poner en riesgo su vida?
Conociendo la práctica de los partidos, con seguridad el Sitramss será caballo de batalla en las próximas elecciones legislativas y municipales, tanto para sacar ventaja de sus yerros como para presentarlo como bandera de campaña. Mientras eso llega y la gente todavía tenga paciencia para soportar los inconvenientes, es urgente que se avance a pasos largos. El Sitramss puede constituir un avance trascendental para San Salvador, pero debe ser implementado pensando en todas las medidas colaterales que abonen a su buen funcionamiento. Si opera con eficiencia y calidad, la espera habrá valido la pena, por más propaganda que se haga en su contra. Si no, puede revertirse para los intereses de quienes lo impulsan y ser usado por aquellos que solo piensan en sus afanes de élite.