La verdad

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Editorial UCA
25/03/2022

Hace 42 años monseñor Óscar Arnulfo Romero, obispo, mártir y santo, fue asesinado por los escuadrones de la muerte para acallar su voz, para que no siguiera denunciando los abusos y atropellos que se cometían contra su pueblo, para evitar que dijera lo que en verdad estaba pasando en el país. San Romero podría haberse callado, tuvo buenas ofertas para hacerlo, recibió importantes presiones de adentro y de fuera de la Iglesia para que dejará de señalar los pecados estructurales de la sociedad salvadoreña. Monseñor habría sido otro si en lugar de hablar de la verdad, hubiera enfocado su mensaje en un espiritualismo desencarnado, como hacía la mayoría de los obispos de ese entonces. Pero él no pudo traicionar los valores del Evangelio, no pudo dejar de defender a los pobres, a los agentes de pastoral y a todas aquellas personas que eran oprimidas, violentadas, perseguidas, desaparecidas y asesinadas. No pudo dejar de decir que esas injusticias no eran fruto de la voluntad divina. Defender la vida y denunciar el mal que la amenazaba y destruía, condenar la injusticia desde el púlpito de la catedral, sus cartas pastorales y la radio YSAX, era su obligación como pastor de un pueblo oprimido y humillado. Eso le costó la vida y lo llevó a la santidad, y lo convirtió en un icono universal de la verdad y de los derechos humanos.

Hace algo más de 32 años, Lucía Cerna puso en jaque a la Fuerza Armada al dar testimonio de lo que había visto en el campus de la UCA en la madrugada del 16 de noviembre. El testimonio de Lucía despejó las dudas acerca de los autores de la masacre. Lucía vio a los militares uniformados que irrumpieron en la Universidad y cometieron el atroz crimen. Ella tuvo el valor de hablar y sacar a luz la verdad sobre los asesinatos. Hubiera sido mucho más sencillo para ella y su familia permanecer en silencio. Su testimonio la llevó al exilio y le causó graves perjuicios. Fue secuestrada en Miami e interrogada por el FBI y por militares salvadoreños durante una semana completa, mediante amenazas y presiones de todo tipo lograron quebrarla física y psicológicamente, hasta que finalmente les dijo lo que querían escuchar. Pero ya no importaba, la verdad de Lucía había dado la vuelta al mundo. Gracias a su entereza y valentía para relatar lo que había visto y oído, hoy es sabido que miembros del Ejército decidieron, planificaron y asesinaron a los seis jesuitas de la UCA, a Julia Elba y a su hija Celina.

San Romero y Lucía son ejemplos de fuerza y del enorme valor de la verdad, así como del alto costo que puede llegar a tener el compromiso con ella. Ninguno de los dos se planteó la posibilidad de mentir; la verdad había que decirla costara lo que costara. Y por eso son reconocidos. El 24 de marzo, día del martirio de Romero, ha sido declarado Día Internacional del Derecho a la Verdad en relación con Violaciones Graves de los Derechos Humanos y de la Dignidad de las Víctimas. La historia de Lucía y de su testimonio será hoy más conocida en el mundo gracias a la película de Imanol Uribe, Llegaron de noche, una obra que busca, según su director, darle a la verdad el valor que tiene “en estos tiempos en que [...] importa poco”. Si la verdad importa poco en general, en El Salvador menos aun. La mentira es política de Estado. Como en el pasado, se ofende y desacredita a quienes hablan con la verdad y la defienden. Se miente sin empacho con el fin de mantener a la gente en engaño, justificar los abusos del poder, esconder la corrupción y amedrentar a los “enemigos internos”. Sin embargo, como nos enseñan Lucía y monseñor Romero, los embustes tienen vida corta y el destino de sus autores no es otro que la ignominia. Tarde o temprano, la verdad desnuda sus intrigas e inhumanidad.

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