La vulnerabilidad de siempre

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Editorial UCA
24/06/2024

La semana pasada quedó en evidencia, una vez más, la vulnerabilidad de El Salvador. Diecinueve muertes y daños en centros educativos, siembras, viviendas, carreteras y caminos vecinales son parte del problema de un país que trabaja muy poco en la prevención del desastre. Es cierto que se ha avanzado en la habilitación de centros de refugio, pero la vulnerabilidad climática reclama mucho más, en especial en las actuales circunstancias de calentamiento global, que ocasiona tanto tormentas más largas y prolongadas como sequías y calores difíciles de soportar.

Si por algo se debe empezar es por facilitar viviendas dignas y seguras a la población, construidas en lugares adecuados, para así disminuir los riesgos de daños personales. El país tiene historial de tragedias por deslaves y corrimientos de tierra. Dos ejemplos. En 1982, hace 42 años, más de 500 personas murieron en la colonia Montebello y adyacentes al producirse un deslave en una de las laderas del volcán de San Salvador tras unas fuertes lluvias. En febrero de 2001, cerca de 500 personas murieron soterradas en la colonia Las Colinas a causa de un deslizamiento de tierra provocado por un terremoto. Con demasiada facilidad se otorgan permisos de construcción en zonas vulnerables. Y también mucha gente construye en terrenos riesgosos obligada por la marginación y la pobreza que sufre. Un plan nacional de vivienda digna y segura es urgente. Asimismo, resulta necesario que las escuelas estén en lugares accesibles y seguros. Que por las últimas lluvias 400 centros educativos hayan sufrido daños es un indicador de que muchos de los edificios destinados a recibir niños no tienen las condiciones adecuadas.

Los tiempos que vienen serán duros para los países ubicados en los trópicos. El calentamiento global y la subida de los mares afectarán cada día más. Tener planes de prevención sólidos y políticas públicas en el campo de la vivienda y de la construcción en general, así como para la protección de la agricultura, es una deuda gubernamental desde hace tiempo. Esperar a que haya más tragedias para echarle la culpa a los fenómenos naturales es irresponsable. La sociedad salvadoreña debe aprender de sus errores y problemas, escuchar la voz de los que sufren, cambiar actitudes de pasividad y establecer compromisos serios y continuados de enfrentar las causas previsibles de la muerte y destrucción que pueden traer las lluvias. Trabajar sistemáticamente en la prevención es mucho más eficaz para el desarrollo inclusivo que hacer propaganda de progreso a base de ciudades imaginarias con nombres en inglés.

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