Lecciones desde Ruanda

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El viernes pasado habló en la UCA, así como en un hotel capitalino, la sobreviviente del genocidio de Ruanda Immaculée Ilibagiza. Presentaba también el libro titulado Sobrevivir para contarlo, que lleva como subtítulo Cómo descubrí a Dios en medio del holocausto en Ruanda.

En el libro es impresionante el momento en que, tras la victoria tutsi contra el régimen hutu, el jefe de la prisión donde estaban los genocidas le muestra a Immaculée al asesino de su padre, su madre y dos de sus tres hermanos. El asesino, ahora convertido en preso, estaba sucio, humillado y golpeado. Immaculée sólo pudo decirle dos palabras: “Te perdono”. Y cuando director de la cárcel le dijo enojado por qué le decía eso al asesino, ella le contestó serena: “El perdón es lo único que tengo para ofrecer”.

En El Salvador, en Guatemala, en otros países de Centroamérica, no hemos podido todavía encarar a los asesinos y decirles te perdono. Hay miedo a la venganza en unos, y mucho más miedo al reconocimiento de la culpa. Hay miedo a encontrarse víctimas y victimarios en la verdad, miedo al reconocimiento de esa verdad y, en el fondo, rechazo al perdón que debe brotar al reconocer la locura de una guerra fratricida.

Seguimos en el esquema del perdón y olvido no tanto porque desconfiemos de nuestra gente, sino porque no queremos de ninguna manera que la verdad se particularice. Y sin esa capacidad de encontrar la verdad de las víctimas no es que no se pueda perdonar, sino que los verdugos no quieren dejarse perdonar. Quieren seguir en la impunidad no de cárceles, pues no se quiere cárcel para ellos; desean la impunidad del verdugo que se considera victorioso y que quiere convertir la sangre derramada en algo que se olvida, pero que sigue dejando de alguna manera una especie de autoestima de la propia brutalidad. Se disimula la brutalidad con palabras como “patria”, “deber”, “necesidad”, “defensa”, pero lo que hay es fundamentalmente el deseo de no dejarse perdonar; de no reconocer a la víctima como prójimo, al asesinado como hermano.

Immaculée Ilibagiza nos muestra el único camino radical para la reconciliación de un pueblo: el perdón. Un perdón que debe ser generoso y nacido del corazón, que no quiere ni más violencia ni más guerra, pero que necesita, para convertirse en un bien socialmente generador de paz, el encuentro entre la víctima y el verdugo. Hasta ahora en El Salvador se han dado casos, casi diríamos que en secreto, de encuentros de este tipo y de perdones liberadores. Pero es importante que las leyes faciliten el encuentro, el reconocimiento de la verdad, y el perdón dado generosamente al agresor. Eso es mucho más positivo que la frasecita de perdón y olvido que los poderosos nos han recetado hasta el presente.

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Anónimo
25/08/2009
06:21 am
Excelente articulo. Solamente el perdón es lo único que nos puede traer paz a nuestro corazón; ayudando así a construir un mejor país. La venganza y el odio solo crean mas daño a nuestra familia y a la sociedad misma donde vivimos.
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