Cuando hace quince años entrábamos al nuevo milenio, la comunidad internacional se puso de acuerdo para marcar ciertos objetivos: reducir la pobreza y la muerte infantil, y eliminar el hambre. Como plazo se daban quince años. Algunos objetivos se cumplieron en varios países mientras otros quedaron con déficit. Ahora, la ONU ha definido nuevos objetivos del milenio de cara a 2030. Repasarlos y reflexionar sobre nuestro país será sin duda tarea a lo largo de los próximos cinco lustros. Por el momento, conviene pasar revista a algunos de ellos.
El primero es “poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo". En El Salvador, el flagelo continúa teniendo una presencia grave; según cifras oficiales, el 28% de la población vive en pobreza. Pero tanto si se ajustara la canasta básica como si se midiera multidimensionalmente, el porcentaje aumentaría. El Banco Mundial decía recientemente que para salir de la pobreza se necesita un ingreso superior a los cuatro dólares diarios por persona. Así, una familia de cuatro miembros tendría que disponer de 480 dólares mensuales para lograrlo. Dado el nivel salarial del país, demasiada de nuestra gente no alcanza esa cantidad. Poner fin a la pobreza dentro de los próximos 15 años debería ser un acuerdo nacional. Pero tal y como está el patio político, y tal y como se maneja a ese nivel el tema impuestos, no parece que a ese acuerdo se llegue pronto con seriedad.
Por supuesto, los políticos dirán que todos están de acuerdo con vencer la pobreza y que cada partido es capaz de lograrlo. Pero mientras no haya un acuerdo nacional bien estipulado, con una política fiscal que lo sustente, ese discurso se quedará simplemente en palabrería. En el fondo, porque este objetivo tiene mucho que ver con el décimo: “Reducir la desigualdad en y entre los países”. Intentarlo en El Salvador ha enfrentado siempre terribles resistencias por parte de quienes tienen más. Y normalmente los políticos tienen miedo a esos sectores partidarios de la desigualdad, cuando no son simplemente sus marionetas.
Vinculados a la eliminación de la pobreza están otros objetivos: alcanzar una agricultura sostenible, eliminar el hambre, abrir paso a una industrialización sostenible e inclusiva, dar acceso al agua y al saneamiento universalizado, etc. Pero también hay otros objetivos en los que tenemos serios problemas. Por ejemplo, en el cuarto: “Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos”. Esto supondría duplicar el presupuesto nacional de educación, especialmente si tratamos de universalizar la educación entre los 4 y los 18 años de edad. Pasar de aproximadamente 900 millones de dólares a 1,800 millones es un verdadero desafío. Pero debía ser un compromiso para los próximos 15 años. De nuevo, no un compromiso de palabra, que se pospone siempre para el presupuesto del siguiente año o para las promesas de la próxima elección, sino parte de un acuerdo nacional al que todos nos sintamos obligados.
El objetivo 3, “Garantizar una vida sana y promover el bienestar para todos en todas las edades”, toca el tema de la salud. Al respecto es necesario preguntarse si seremos capaces de organizar un sistema público de salud universal, igual para todos, con calidad y buen servicio. Cuando Costa Rica lo logró, tenía unas posibilidades económicas inferiores a las nuestras ahora. Por tanto, podemos hacerlo. Pero estamos tan acostumbrados a tener sistemas de salud deficientes, a estratificar el derecho a la salud dando mejor o peor servicio según el ingreso, que es muy difícil pensar en un cambio de mentalidad. Aquí tiene que ser la población la que exija. Porque los políticos han consentido no solo este modo injusto y desigual de cubrir un derecho básico, sino que de un modo corrupto han desarrollado el hábito de pagar seguros de salud privada con fondos públicos para funcionarios y empleados de instituciones del Estado.
Los objetivos del milenio están ahí. Es importante conocerlos, difundirlos, debatirlos y buscar los caminos más eficaces y rápidos para que nuestro país los consiga. Para ello, como ya decíamos recientemente en otro editorial, es necesario llevar a cabo una reforma fiscal que aumente la recaudación y que haga que paguen más quienes tienen más. Esta reforma, una vez más, tiene que ser fruto de un acuerdo nacional de desarrollo. Mientras no avancemos en esa dirección, difícilmente lograremos los objetivos del milenio. O dicho con otras palabras, seguiremos hundidos en el subdesarrollo, la violencia y la corrupción.