En las últimas semanas hemos visto a los dirigentes de Arena protestando enérgicamente en contra de su principal contrincante político. La disidencia de algunos de sus compañeros de bancada y la aprobación de los préstamos para salud han provocado intervenciones muy agresivas de los diputados areneros. Cuando estaba en su auge el conflicto entre la Asamblea Legislativa y la Sala de lo Constitucional, Arena se presentaba como un partido respetuoso de la Constitución y enemigo de los intentos de destruir a la Sala. Sin embargo, y al mismo tiempo, ofrece el espectáculo de actitudes poco democráticas, como la de amenazar con suprimir algunos de los avances del actual Gobierno en apoyo a la educación o ejercer presiones para conseguir dinero para la alcaldía de San Salvador condicionando sus votos para el préstamo para salud.
Por su parte, al FMLN se le ha visto dudando de su compromiso democrático o traicionándolo solo por satisfacer a sus aliados de la derecha, hoy necesarios para conseguir la mayoría legislativa. La queja de una buena parte de la ciudadanía se centra en decir que todos los políticos, ya puestos en el poder, hacen las mismas trampas. Arena mantenía unas excelentes relaciones con un PCN y una Democracia Cristiana claramente corruptos, y hoy el Frente lo hace con el partido GANA, que muestra la misma tendencia del PCN a negociar votos a cambio de favores y ventajas.
En este contexto, bueno es reflexionar sobre los partidos que necesitamos. Es evidente que necesitamos un partido de izquierda que defienda la solidaridad en este país nuestro tan carente de ella. Y que sea radical contra la corrupción. También se necesita un partido de derecha que defienda valores tradicionales, así como la libertad de los ciudadanos, incluida —con límites que impidan la corrupción— la libertad económica. Pero más allá de las diferencias y de la necesaria relación —a veces en pugna— entre solidaridad y libertad, desarrollo comunitario y desarrollo personal, es imprescindible que todos los partidos tengan algunos objetivos y prácticas comunes. La transparencia y la lucha contra la corrupción deberían ser comunes. Como debería serlo el afán por volver más fuertes las instituciones que garantizan la solidez de una democracia y que generalmente tienen en su dirección a funcionarios con nombramiento presidencial o legislativo. Es imprescindible para la democracia volver más fuertes las instituciones evaluándolas con realismo, poniendo al frente de ellas a personas libres y sin intereses políticos, abandonando la vergonzosa costumbre de buscar gente paniaguada, manipulable y dependiente de quien ostenta el poder o tiene la mayor cuota del mismo.
Pero nuestros partidos políticos no son así. Buscan en todo la ventaja propia, aun a costa de las necesidades del país. Si fueran mínimamente serios, por poner un solo ejemplo, le estarían exigiendo a la Corte Suprema de Justicia que le devolviera sus prerrogativas a la sección de Probidad y que pusiera al frente de esta oficina a alguien independiente y con capacidad e interés en combatir la corrupción. Pero la medida corrupta de quitarle funciones a Probidad para proteger, entre otros, a un expresidente arenero sigue vigente en la actualidad, pese a que la mayoría de los que votaron por esa medida ya no está en la Corte. Esto solo se puede explicar a partir de un acuerdo interpartidario, tal vez no hablado ni escrito, pero real, de mantener instituciones débiles que permitan la corrupción con impunidad.
En vez de comenzar anticipadamente la campaña política para elegir a un presidente sin mayor capacidad de introducir cambios sustanciales contra la corrupción y la debilidad institucional, los partidos deberían, consultando a la sociedad civil, iniciar conversaciones que generaran acuerdos comunes en favor del fortalecimiento institucional y la lucha contra la corrupción. Sería una manera de fortalecer la democracia y posibilitar que el presidente entrante, sea del partido que sea, cuente con un importante respaldo ciudadano a la hora de buscar soluciones a problemas básicos, que muchas veces son los que impiden el desarrollo del país. Necesitamos a los partidos políticos, sí; eso es claro en una democracia. Pero necesitamos que esos partidos quieran fortalecer la democracia, no vivir a costa de ella.