Esta semana, en la UCA se celebran muchas y variadas actividades en homenaje a los seis jesuitas y a Elba y Celina Ramos, que fueron asesinados por la Fuerza Armada de El Salvador en la madrugada del 16 de noviembre, hace 24 años. ¿Por qué recordar a estos hombres y mujeres? En primer lugar, por lo que hicieron durante sus vidas, por cómo las vivieron; y en segundo lugar, por cómo murieron. Hoy los llamamos mártires por la forma en que murieron. Fueron asesinados, se convirtieron en víctimas inocentes porque al poder de turno le molestaba su defensa de los pobres, sus constantes denuncias de las violaciones a los derechos humanos, su propuesta de una nueva sociedad con igualdad, justicia y paz. Sus muertes tuvieron un solo objetivo: silenciarlos para que no siguieran denunciando las injusticias, para que no continuaran proponiendo el diálogo como único camino posible para la paz, para que dejaran de señalar que esa realidad no era la querida por Dios. Los mataron para intentar acallar sus voces para siempre.
Su muerte violenta, su martirio, es importante porque nos muestra hasta dónde estaban comprometidos con lo que defendían. Sabiendo que se jugaban la vida, no dejaron de defender la causa de las mayorías populares, de la justicia y de la paz. Su muerte nos muestra que ellos estaban dispuestos a dar la vida por sus amigos, por los pobres, por todas las víctimas de la guerra, por una verdadera justicia en El Salvador. Y como dice el Evangelio, no hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Con su muerte, mostraron su profundo amor al país y a su gente.
Sin embargo, no debemos olvidar ni restarle importancia a sus vidas, pues constituyen ejemplo y guía. Los seis jesuitas mártires se entregaron al servicio de Dios desde muy jóvenes. Apenas finalizada la adolescencia, dejaron sus casa, a sus padres y hermanos, para unirse a la Compañía de Jesús, con el deseo de seguir al Hijo de Dios en la vida religiosa y sacerdotal. Desde aquel momento, su ideal fue poner sus vidas al servicio de los demás y entregarse por completo a la evangelización. A lo largo de sus estudios religiosos, fueron descubriendo sus vocaciones particulares, el modo concreto en que cada uno se sentía llamado a realizar el seguimiento de Jesús. La realidad que conocieron a través de las visitas a las comunidades pobres y por medio de sus estudios fue impactándolos y llevando a cada uno a encontrar el propio camino para vivir la vocación.
Este grupo de jesuitas era realmente extraordinario. Hombres que vivieron el deseo de servir con gran entrega y generosidad, y con honda lucidez. Cada uno vivió su vocación con pasión. Amando López, formando a la juventud, con especial sabiduría para escuchar y aconsejar; Juan Ramón Moreno, como maestro espiritual de los jesuitas que iniciaban su vida religiosa y de muchas hermanas religiosas que buscaban en él ayuda para crecer en su vida espiritual; Segundo Montes, como profesor, investigador social y defensor de los derechos humanos; Nacho Martín-Baró, desarrollando la psicología social de la liberación; Joaquín López y López, creando escuelas para los más pobres a través de Fe y Alegría; Ignacio Ellacuría, con sus dotes de filósofo, teólogo, eminente rector universitario y agudo estudioso de la realidad, que, entre otras muchas cosas, tuvo la capacidad de definir un proyecto universitario al servicio de las mayorías populares y de su liberación que hoy es ejemplo para muchas universidades del mundo. Julia Elba y Celina tienen el mérito de ser parte de este pueblo que en su trabajo diario lucha por sobrevivir y llevar una vida honrada y digna. Supieron amar a los suyos y servir con sencillez y alegría. La muerte las encontró por acompañar a los jesuitas, por renunciar a dejarlos solos, por querer estar a su lado. Ese fue su delito. Su inocencia no necesita ser probada, y por ello son un ejemplo de las miles de víctimas del odio y la locura de una élite que estaba dispuesta a acabar con todo un pueblo para defender sus privilegios, justificando esas muertes como el único camino para defender al país del comunismo.
Hace unas semanas, durante su visita a la UCA, el Presidente de Irlanda decía que olvidar a las víctimas es como matarlas por segunda ocasión. Ciertamente, estos hombres y mujeres no merecen ser olvidados, pues sus vidas son demasiado importantes y llenas de sentido; en ellas encontramos un modelo de cómo vivir con significado. Son un ejemplo de cómo podemos poner nuestros talentos al servicio del país, en especial de los pobres; de cómo hacer la voluntad de Dios en medio del conflicto y la injusticia. Por eso nos empeñamos cada año en recordarlos; en sus vidas hallamos inspiración, ánimo y fuerza para seguir sus pasos, para dar sentido a nuestras propias existencias y para construir un El Salvador nuevo donde tengan cabida hombres y mujeres sin exclusión.