Los procesos electorales en otros países los vemos en El Salvador como refuerzo a actitudes ideológicas, no como oportunidades para reflexionar sobre nuestro propio devenir. A la derecha salvadoreña le hubiera gustado que ganara Capriles en Venezuela, porque piensa que con ello se debilitaría la izquierda. Y, por supuesto, a esta última le agrada y celebra que haya ganado Chávez, porque piensa que la alianza con él puede traer ventajas. En el caso de la elección estadounidense, aunque la derecha y la izquierda salvadoreñas —qué remedio les queda— digan que se llevarían bien con cualquiera que gane, lo cierto es que la izquierda prefiere a Obama y la derecha, a Romney. Algunos empresarios, fuertemente involucrados con esta última, estarían más que felices con el triunfo del candidato republicano, pues incluso han puesto dinero que sacaron de El Salvador en esos negocios del político estadounidense en los que casi no se pagan impuestos.
Sin embargo, ¿qué queremos en nuestro país? ¿Simplemente reforzar ideologías tildadas de izquierda o de derecha? El ciudadano se siente confundido ante las ideologías, cada vez menos confiables, cuando se ve el tipo de alianzas que se establecen entre los diversos institutos políticos. De todo encontramos en nuestra fauna partidista: izquierda aliada con derecha y derecha moralista aliada con corruptos de lengua fácil vestidos de diputados.
El Salvador camina hacia una elección en la que aparentemente habrá pocas sorpresas. Y avanza hacia ella con demasiada antelación. Si miramos a los candidatos seleccionados, tenemos la impresión de que se trata de más de lo mismo. Vemos a personajes conocidos, con demasiado tiempo en una política que ha sido poco creativa, y que están rodeados de cúpulas y liderazgos gastados. Si miramos las alternativas a los candidatos de los dos partidos grandes, solo suena el nombre de un expresidente. No da la impresión de que haya caras ni propuestas nuevas. Y esto es peligroso en un país como el nuestro, que tiene serias dificultades económicas, mantiene a la mitad de la población en situación de pobreza y sufre problemas graves tanto en la seguridad ciudadana como en la escasa posibilidad de las personas para integrarse en redes de protección social.
Más de lo mismo no es bueno para nuestro país. Hace tiempo que en El Salvador se viene citando a Einstein cuando decía que "es imposible hacer más de lo mismo y creer que con ello se cambiará la realidad". El mundo político no se arriesga a apuestas tan complejas como necesarias. Universalización del bachillerato en los cinco años próximos de gobierno, integración en uno solo de los dos sistemas públicos de salud durante el próximo mandato, pensión compensatoria para todos los ancianos en el próximo quinquenio son propuestas ajenas al debate político. No se ve por ninguna parte un plan concreto que vaya más allá de las promesas vagas y generales, y que determine recortes radicales en el gasto superfluo de las instituciones del Estado, al tiempo que duplica la inversión social. Ni siquiera hay esperanza ciudadana en que estos planteamientos se hagan con seriedad.
Más de lo mismo no es política, sino antipolítica. Llenarse la boca hablando de que el paro laboral en El Salvador es del 6.6% simplemente da risa. Como si estuviéramos mejor que los países europeos o Estados Unidos. Como si no supiéramos que el subempleo es una especie de paro encubierto que afecta a casi la mitad de la población salvadoreña. Como si ignoráramos que los salarios de hambre, que todavía se dan en diversos sectores de El Salvador, son una negación del salario decente y ponen al ciudadano en una peor situación que la que tienen en los países desarrollados quienes se acogen a las leyes que protegen a los trabajadores en paro laboral. Más de lo mismo, pasos lentos y palabrería abundante no nos llevan al desarrollo ni a la solución de los problemas. Reflexionar sobre la propia realidad con claridad y presentar para el debate propuestas audaces es lo mínimo que deberían hacer quienes se consideran a sí mismos políticos, hombres y mujeres capaces de dar vida a la polis, interesados en construir una ciudad de todos, donde todos y todas puedan desarrollar solidariamente sus cualidades y sus posibilidades.