La propaganda electoral suele crear más ruido que soluciones. Uno de los partidos tradicionales utilizó la imagen de monseñor Romero en algunos de sus primeros anuncios; luego, ante las críticas, los retiró. Grave error de cualquier político o institución el querer presentarse como sucesor del santo. En un Estado que se define como laico, mezclar propaganda electoral y religión es absurdo. Y en ese absurdo cae la propaganda reciente en la que un personaje se afirma como cristiano e insiste en que no se vote por alguien que supuestamente no lo es. Aparte de la manipulación grosera del cristianismo, el anuncio puede provocar que los ciudadanos mejor formados e informados se vuelvan en contra de la fuente política de esa propaganda sucia. Los insultos suelen tener un efecto rebote y en ocasiones favorecen al insultado.
Este tipo de anuncios muestran la superficialidad y falta de originalidad de la propaganda en curso, al tiempo que esconden o pasan por alto los verdaderos problemas de El Salvador. En unas elecciones presidenciales, el tema de la desigualdad tendría que tratarse y debatirse, pues es una de las causas tanto de la violencia como de la debilidad de las instituciones. Que el 20% con más recursos tenga un ingreso más de tres veces superior al del 40% más pobre solo puede engendrar dificultades. Sin embargo, los candidatos no dicen con claridad ni transparencia qué medidas fiscales y de inversión social tomarán para reducir la desigualdad. Es más, ni siquiera la mencionan como problema. No importa que la pobreza sea extensa y que la desigualdad invada casi todos los servicios estatales básicos, incluyendo la justicia.
La calidad en los campos educativo, sanitario y legal depende en exceso del dinero de los usuarios. Y siendo pobres o vulnerables la gran mayoría de los salvadoreños, la parcialidad de las instituciones hacia la riqueza garantiza la pervivencia y transmisión de la desigualdad. No parece que los candidatos se quieran tomar en serio este tema. Al contrario, las propuestas que presentan no entran a fondo en nuestra situación real, que solamente puede catalogarse como de grave injusticia social. Aunque la Constitución afirma que el Estado debe brindar justicia social, a ningún candidato parece preocuparle el hecho de que la extendida injusticia social sea una negación radical de los derechos constitucionales del ciudadano. O si les preocupa, no se atreven a decirlo clara y públicamente.
Y no solo se calla sobre la injusticia social. Tampoco se ven propuestas creativas a la deforestación y contaminación que dañan severamente al país. Cómo prevenir los efectos del calentamiento global no se discute, con toda probabilidad porque los candidatos piensan que a los votantes la cuestión les tiene sin cuidado. Sin embargo, por la zona geográfica en la que nos hallamos, dichos efectos serán sin duda mucho más perniciosos en nuestro país que en otros lados. El fracaso nacional en el servicio de agua para consumo y saneamiento para toda la población también se ha quedado fuera del debate electoral, lo que no deja de ser sospechoso. Con más de un 50% de los salvadoreños con algún grado de dificultad para tener un servicio de agua eficiente y sano, el silencio de los candidatos es vergonzoso. Al ser el agua un derecho de derechos, las soluciones al problema deberían estar en el debate público electoral.
Mientras los temas clave no se tocan con seriedad, brillan las promesas sin base, los insultos, las autoalabanzas y las conspiraciones. Si ya la publicidad comercial adolece de una falta de regulación ética impresionante, en la propaganda política las cosas son todavía más oscuras y tristes. La falta de ideas es tan honda que la propaganda electoral solamente puede recurrir a las emociones, las más de las veces sin mayor respaldo racional. Y para colmo de contradicciones, de los cuatro candidatos a la Presidencia, tres son empresarios y uno, político. A pesar de que en el país se necesita generar confianza, los candidatos pertenecen a los sectores que, como muestran las encuestas, gozan de la desconfianza de los ciudadanos.