En esta época de pandemia, que podemos calificar también como tiempo de desastre, son muy importantes los mensajes públicos que se dan a la población. La lucha contra el covid-19 tiene unas dimensiones básicas de prevención. Y la prevención necesita siempre un mensaje discursivo, explicativo y animador. Un pensador inglés escribió un libro que conserva su actualidad: Cómo hacer cosas con palabras. Los mensajes tratan precisamente de eso: hacer cosas con palabras. Para ello es indispensable que los mensajes vayan revestidos de verdad en todas sus formas, tanto en la capacidad de constatar lo que se afirma como en la autenticidad de las intenciones de quien lo emite. Por eso es importante reflexionar sobre la intencionalidad de los mensajes que se reciben, más allá de la coherencia teórica que puedan tener.
Cuando se dice que unidos es posible vencer cualquier desastre, y en particular la actual pandemia, se afirma algo cierto. Pero si simultáneamente se observa en la realidad un conflicto permanente entre las fuerzas sociales y políticas, el llamado a la unión pierde fuerza y consistencia. Y algo falla en el mensaje de unidad, tan importante en estos momentos, cuando se vuelca la furia o al menos la animadversión del poder contra la institución o persona que realiza una crítica constructiva. La unidad no puede ser monolítica y monocolor, porque los seres humanos somos diferentes en ideas, opinión y gustos. La unidad solo puede darse en el diálogo y en el acuerdo, negociando. Si ambos elementos están ausentes, la unidad se desmorona.
Por otra parte, la humanidad posee la fuerza innata de la esperanza. Tenemos siempre la convicción de que podemos superar las dificultades, incluso las que parecen imbatibles. Por eso es natural que ante todo problema o dolor se busque infundir esperanza de la pronta superación de la desgracia. Es profundamente humano desear consuelo e intentar consolar a los demás. Es una forma de generar esperanza. Pero para poder generarla, se necesita ganarse previamente la confianza de la persona necesitada de ánimo. Y en una relación polarizada entre autoridades de los diversos sectores públicos del Estado, la confianza se pierde. Que los poderes estatales entren en pelea mientras la gente sufre, rompe y destroza el deber humano de generar confianza y brindar esperanza.
Ante la desgracia es también normal que se llame a la responsabilidad. Frente a la pandemia de covid-19, que daña universalmente, todos somos responsables de aplicar medidas que frenen el contagio y salven vidas. El “quédate en casa”, una de las frases más repetidas en los medios y en las redes, es una llamada a la responsabilidad ciudadana. Pero esta frase en nuestro país se enfrenta a irresponsabilidades históricas previas. Las colonias populares han sido construidas sin importar el hacinamiento que generan, el calor que se sufre al interior de las viviendas y la carencia de agua. Si además se vive de lo que se gana día a día en el trabajo informal, quedarse en casa es difícil para los más pobres, lo mismo que guardar distancia física.
Aun así, los salvadoreños han hecho profundos esfuerzos por ser responsables. Pero es evidente que este tipo de mensajes llaman a una responsabilidad mucho más de fondo. Si el Estado pide responsabilidad ciudadana, debe tener en cuenta que cuando la sociedad no ha sido capaz de generar desarrollo con justicia y bienestar, la exigencia de responsabilidad debe tener en cuenta la situación de la gente concreta. La responsabilidad del ciudadano solamente puede exigirse si se le asegura un camino de desarrollo digno. Además, es necesario que haya transparencia y rendición de cuentas para que se pueda creer en la verdad de los mensajes. Es imprescindible generar esperanza en nuestro pueblo, pero ganándose la confianza de la población en el servicio, en el buen trato y en el respeto a la legislación y los derechos humanos. Es totalmente necesario llamar a la responsabilidad de personas e instituciones, pero dejando claro con obras más que con palabras la responsabilidad estatal de avanzar claramente en justicia social, en construcción de la paz con diálogo y en bienestar ciudadano.