Municipios santuario: hacia la paz social definitiva

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Editorial UCA
19/12/2012

En las últimas semanas ha salido a debate público la propuesta de los municipios santuario. Una idea que se plantea en el contexto de la tregua entre las maras y que trata de ser un avance en esta especie de acuerdos de paz social que hasta ahora ha conseguido una inusitada reducción en el número de homicidios. La propuesta, sin embargo, ha carecido hasta el presente de claridad y, tal vez por lo mismo, de apoyo público. No queda claro qué ofrecen las maras en contraparte a esa especie de santuario protector. Con el afán de clarificar y contemplar posibilidades, hacemos estas breves reflexiones editoriales.

Un santuario social (invención estadounidense para proteger a emigrantes sin papeles) evoca siempre un lugar donde la paz y la ausencia de acción policial están por encima incluso de las normas vigentes de un Estado. Un lugar donde las víctimas, a pesar de carecer de derechos, pueden protegerse contra la fuerza de instituciones que habitualmente las persiguen. En el caso salvadoreño, las víctimas son los jóvenes, los pequeños comerciantes, los conductores de autobuses, todas aquellas personas que son sometidas a renta, extorsión, amenazas o incluso desalojos de sus viviendas. Si la idea de municipio santuario significa que el territorio municipal se convertiría en un lugar seguro, donde las maras abandonarían toda actividad delictiva, la noticia es muy buena. Pero si santuario significa que las maras no van a ser perseguidas, sin ofrecer a cambio un absoluto desarme y una eliminación de todo tipo de agresión a la gente, entonces la idea de santuario está tergiversada. Sería un santuario nada santo.

Con frecuencia hemos dicho que la tregua actual es una oportunidad para dar pasos en la erradicación de la violencia. Una tregua es siempre un lapso en el que las partes en conflicto vuelven a la guerra o bien resuelven los diferendos pacíficamente. Si se saben aprovechar, estos momentos de pacificación temporal son siempre un primer paso hacia la paz real. En ese sentido, las partes, que son el Estado salvadoreño y las maras, deben apostar por encontrar caminos de salida a la delincuencia de las pandillas, claramente inserta en la problemática de las graves diferencias económicas y sociales que caracteriza a El Salvador. Y así aprovechar y profundizar la tregua. Municipios donde las maras se comprometan a eliminar totalmente la delincuencia, mientras el Estado se comprometa a dar cursos intensivos de aprendizaje de oficios, impulsar la apertura de fuentes de empleo y ofrecer algún programa de alimentos por trabajo, podría efectivamente ser un primer paso. Pero deben estar muy claramente estipuladas las obligaciones de cada una de las partes. E incluso debe haber algún tipo de mediadores que ayuden a resolver posibles conflictos. En esta línea, bueno sería que los actuales mediadores, de acuerdo con las maras y con el Estado, ampliaran la participación en la mediación a otros sectores que llevan ya tiempo trabajando el tema de pandillas.

Ahora que llega la Navidad, podría aprovecharse además para dar un salto en la confiabilidad de las promesas de las pandillas. Una Navidad en la que las maras se comprometieran, desde el 22 de diciembre hasta el 2 de enero, a no cometer asaltos, extorsiones, ni amenazas sería un buen primer paso para mostrar la seriedad de estos proyectos de los municipios santuario. Tarde o temprano, la tregua debe ampliarse hacia la paz social definitiva. Aprovechar la Navidad para demostrar que esa paz puede lograrse ayudaría enormemente a confiar en una propuesta, la de los santuarios, que hoy por hoy crea demasiadas dudas al no estar claramente diseñada ni adecuadamente explicada.

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