Ninguna persona sin dignidad

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Editorial UCA
13/07/2015

Estados Unidos está donando dinero a Centroamérica, pero exigiendo a la vez una lucha abierta contra la corrupción. La Fuerza Armada se niega a dar información a los jueces sobre masacres cometidas en tiempo de la guerra. El clima de violencia se enrarece aún más con los asesinatos de policías. Las redadas indiscriminadas, a veces violentas, alimentan la alarma y la crispación ciudadana más que aportar calma. La impunidad sigue siendo la tónica en muchos de los crímenes de sangre, así como en los delitos de corrupción. Además de la normal preocupación que ello produce, mucha gente se desmoraliza y piensa que vamos hacia peor. Los pobres, por su parte, sufren una tensión que los mantiene en zozobra permanente. Y todos nos preguntamos cuál puede ser la solución para esta situación difícil y dolorosa.

Monseñor Romero decía en su tiempo de arzobispo que la violencia seguirá existiendo mientras haya injusticia social. El papa Francisco, en su reciente visita a América Latina, pidió en Bolivia: “Digamos juntos desde el corazón: ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún anciano sin una venerable vejez”. La necesidad de justicia social, de inversión en la gente es un primer paso ineludible para vencer la violencia. Si a las personas se les proporciona trabajo decente, educación formal hasta los 18 años, vivienda digna y acceso a una salud de calidad, las cosas cambiarían radicalmente.

La gente no es mala; se hace mala cuando percibe corrupción en los grandes, cuando ve impunidad en los violentos, cuando siente que se la deja sola frente a los problemas, sin protección ante quienes aplican la ley del más fuerte sin que las instituciones y las leyes hagan mayor cosa. Al final, el uso del dinero en beneficio de unos pocos deja indefensos a muchos y tienta a otros a usar la violencia para conseguir lo que se les niega. De nuevo, Francisco en Bolivia exigía: “Los seres humanos y la naturaleza no deben estar al servicio del dinero. Digamos no a una economía de exclusión e inequidad donde el dinero reina en lugar de servir. Esa economía mata. Esa economía excluye. Esa economía destruye la Madre Tierra”.

Una vez más debemos insistir: El Salvador no vence la pobreza, la violencia, la corrupción y la impunidad porque no se ponen los medios necesarios para ello. Se dan pequeños pasos, se discuten propuestas, pero no se llega a acuerdos básicos de inversión en la gente que presupongan una adecuada reforma fiscal, una transparencia radical en gastos e inversiones, una justicia sin cooptaciones políticas, una lucha frontal contra todo tipo de corrupción. El país urge de diálogo, de escucha a los más pobres, de capacidad de solidaridad y sacrificio. Un país incapaz de formular e implementar un proyecto de realización común en el campo del desarrollo no sale de las plagas que le afligen. Esto es cada vez más claro, pero cada día se niega en la práctica por intereses particulares, ansias de poder, corrupciones varias.

Cuando la Unesco nos dice que en la cultura de paz es indispensable “liberar la generosidad”, nos da una pista laica que coincide plenamente con el amor y la justicia social que se deducen del Evangelio. Una generosidad no solo individual, sino que impregne en su diseño y funcionamiento a las estructuras y redes de protección social. El papa insistió en Bolivia en los ideales que debemos tener presente: “Una economía justa debe crear las condiciones para que cada persona pueda gozar de una infancia sin carencias, desarrollar sus talentos durante la juventud, trabajar con plenos derechos durante los años de actividad y acceder a una digna jubilación en la ancianidad. Es una economía donde el ser humano, en armonía con la naturaleza, estructura todo el sistema de producción y distribución para que las capacidades y las necesidades de cada uno encuentren un cauce adecuado en el ser social”. Mientras no pensemos y acordemos los caminos concretos hacia esos ideales, mientras no nos unamos realmente en acuerdos prácticos, claros y coherentes con esos ideales, la corrupción, la violencia y la impunidad seguirán en nuestras tierras multiplicando el dolor y fracturando la esperanza.

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Anónimo
21/07/2015
10:56 am
Sería como liberar a los pueblos de la miseria por que se universaliza la generosidad de los corazones, principlamente de los sectores productivos del país simplemente con dejar de llevarse sus capitales o inversiones, pagar salarios justos, no depredar el medio ambiente, dar prestaciones sociales dignas, generar empleos dignos y bien remunerados con todo esto, ya no tendrian la necesidad de sacar sus capitales del país, los invertirían en su gente, gente que al final de cuentas intervino en el proceso productivo para lograr esas fortunas, merecen pues cada uno de los salvadoreños, no destacar o ganarse un puesto en la revista Forbes, pero si vivir en un país con JUSTICIA SOCIAL = PAZ SOCIAL.
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