Desde hace años, diversas instituciones de derechos humanos, ciudadanos conscientes y solidarios, comités de víctimas y algunas personalidades vienen insistiendo en la necesidad de reconocer la verdad sobre los crímenes cometidos durante la guerra civil, pedir perdón y restaurar la dignidad de las víctimas. Esto como vía esencial para la reconciliación y para sanar las graves heridas que dejó la barbarie del pasado. Hace unos días, Ernesto Rivas Gallont, quien fue embajador de El Salvador ante Estados Unidos durante los años más cruentos del conflicto armado (entre 1981 y 1989), dio un paso en esa dirección al pedir perdón, a través de su blog, por haber negado y ocultado la masacre de El Mozote, siguiendo instrucciones de sus superiores.
Es un paso importante que un funcionario de alto nivel, representante de un Gobierno que violó hasta la saciedad los derechos humanos cometiendo crímenes de lesa humanidad a lo largo y ancho del territorio nacional, reconozca su complicidad en la estrategia oficial de silencio y ocultamiento de los crímenes de los ochenta. Una estrategia que posibilitó que Estados Unidos siguiera financiando la guerra contra el pueblo salvadoreño. Ahora bien, el paso dado por Rivas Gallont podría contribuir al conocimiento de la verdad y a que se inicien acciones que conduzca a la justicia y la reparación de las víctimas si su solicitud de perdón es auténtica, sentida y consecuente. Si de verdad desea ayudar a sanar las heridas del pasado y aportar a la reconciliación de la familia salvadoreña, y no solo exculparse, sus declaraciones deben ir acompañada de acciones que conlleven la reparación del daño causado.
Ciertamente, no se le podrá devolver la vida a los asesinados con lujo de barbarie en El Mozote ni a ninguna de las otras víctimas de las masacres que perpetró el Ejército. Tampoco se podrá devolverles la paz a las familias destruidas por la guerra, ni borrar el sufrimiento de tantas personas que durante esos aciagos años vieron morir a sus familiares, a los que todavía se preguntan por el paradero de los desaparecidos, a los que fueron torturados, mutilados. Pero lo que sí puede hacer Rivas Gallont es dar un paso más y revelar todo aquello que supo desde su privilegiado puesto de embajador de El Salvador en Estados Unidos, la embajada más importante para el Gobierno salvadoreño de aquel entonces y en la que se manejaba muchísima información sobre los intríngulis de la guerra civil. De ese modo, haría una importante contribución al conocimiento de la verdad y, por ende, a la reconciliación.
Y así como es bueno que don Neto Rivas se haya animado a pedir perdón por ocultar la verdad y haya tomado conciencia de que eso fue una grave falta, sería un gran aporte para la reconciliación de El Salvador que otros funcionarios de aquellos Gobiernos también se animaran a pedir perdón por negar la verdad y manipular los hechos a favor de intereses mezquinos, por las atrocidades que cometieron o consintieron. Pero no solo los funcionarios deberían pedir perdón; también deben hacerlo los que utilizaron sus medios de comunicación para difundir mentiras. El Diario de Hoy, La Prensa Gráfica y Telecorporación Salvadoreña, que hoy levantan afanosamente la bandera de la libertad de prensa, y que alertan a la SIP de los supuestos peligros que la amenazan, en el pasado fueron, sin rubor ni cargo de conciencia, fieles aliados al régimen dictatorial y violador de los derechos humanos. Contra toda ética, ocultaron por largos años mucho de lo que estaba ocurriendo en el país.
Para defender la verdad y la libertad, y hacerlo de manera creíble y coherente, deberían limpiar su honor pidiendo perdón al pueblo salvadoreño por haber sido cómplices de los Gobiernos represivos, por ocultar lo que estaba pasando y por no cumplir con su deber de informar con objetividad. ¿Por qué en aquellos años nunca fueron a la SIP a decir que en El Salvador no había libertad de prensa y que solo se podía informar lo que la Fuerza Armada decía sobre la guerra?
Ojalá que cunda el ejemplo. Ojalá que aunque sea de forma incompleta y no del todo honesta —ya sea por limpiar la imagen, por liberar el peso de la conciencia o por la presión de la ciudadanía—, sean muchos más los que den un paso adelante para recuperar algo de su dignidad y pidan perdón por haber sido cómplices, por acción u omisión, del daño que se hizo al pueblo salvadoreño. Si muchos otros se atrevieran a pedir perdón y revelaran todo lo que saben, se podría escribir nuevamente la historia de El Salvador, de forma que reluciera la verdad, y se abriría el camino para sanar las heridas de muchos salvadoreños.