No violencia

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Editorial UCA
05/10/2020

La semana pasada se celebró el día dedicado a la niñez y el de la no violencia, dos efemérides que tratan temas de una importancia sustancial para el desarrollo de El Salvador y que, además, están profundamente relacionadas. En efecto, si en el país se continúa propagando la cultura de la violencia, la niñez heredará actitudes y modos de entender la vida que llevan siempre al fracaso. Porque la violencia, del tipo que sea, no prepara para el desarrollo humano. Al contrario, lo frena y dificulta. Un compromiso activo con la no violencia, tan ligada a la cultura de paz, es el único camino para garantizar un proceso exitoso hacia la construcción de una sociedad y un futuro en los que todas las personas puedan desarrollar libre y solidariamente sus capacidades.

El tema es importante porque en El Salvador continúa vigente la cultura de la violencia. La pobreza y la desigualdad económica y social son manifestaciones claras de la violencia estructural. Los altos niveles de delincuencia responden a la violencia física. El maltrato a la mujer, el castigo físico, los grupos de exterminio, el espíritu vengativo, manifestado muchas veces en tratos crueles y degradantes a personas privadas de libertad, son muestras claras de esa cultura violenta de larga data. Y a ello se suma la violencia verbal, con el agravante de que hoy más que nunca es alentada y promovida desde las más altas esferas de la política. Ver a un presidente acuerpado por militares llamando delincuentes, corruptos y asesinos a los diputados no solo es inédito en el país, sino totalmente repudiable. La respuesta en términos parecidos de algunos diputados nos muestra una clase política que, aunque han renunciado a la violencia física, sigue promoviendo una cultura violenta y de pésima educación cívica.

Construir una cultura de paz es una responsabilidad de todos. Los adultos tienen en la educación de los jóvenes una responsabilidad semejante a la de los padres o las escuelas. Aunque los valores recibidos en la familia suelen quedar fuertemente arraigados y protegen a muchas personas de la corrupción y la tendencia a la agresión, los adultos echan a perder con facilidad los esfuerzos de padres y maestros. Porque el niño y el adolescente es siempre sensible a lo que observa como constante social: si convive con un exceso de violencia física, si se ve rodeado del grito agresivo convertido en cultura coloquial, si escucha a funcionarios del Estado insultando con el fin de generar odio o desprecio, la garantía de desterrar la cultura de la violencia desaparece. Y aún más si a esta cultura de la agresividad lo acompaña una situación económica y social que es de por sí violenta, marginando de un desarrollo digno a las grandes mayorías salvadoreñas.

En la Constitución de la Unesco, la institución de la ONU encargada de alentar mundialmente la educación y la interculturalidad, se dice lo siguiente: “Puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres y las mujeres, es en la mente de los hombres y las mujeres donde deben erigirse los baluartes de la paz”. Ello implica, en primer lugar, transformar el lenguaje cuando es fuente de agresividad, desprecio u odio. Y exige un claro respeto a los derechos humanos y buscar soluciones racionales, humanistas y del mayor consenso posible a los problemas. En este tiempo de pandemia en el que el país se ha empobrecido y se abren enormes desafíos económicos y sociales, se necesita más que nunca un diálogo racional, educado, solidario y generoso para enfrentar el futuro. Lo contrario significará retroceder y hundirnos en más conflictos amargos que sufriremos todos. Sufrimiento que se transmitirá a las nuevas generaciones, que además de solucionar sus propios problemas tendrán que corregir los errores actuales, convertidos por el paso del tiempo en heridas sociales purulentas.

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