Fruto de su experiencia científica, basado en la ley de causa y efecto, Albert Einstein dijo que si se desea obtener resultados distintos, no hay que hacer siempre lo mismo. Sin embargo, lo que Einstein no asegura es que operar de forma novedosa suponga per se obtener mejores resultados; esto último sucede solo si las acciones implementadas son las indicadas para alcanzar el logro esperado. Por ejemplo, un alumno que obtiene resultados mediocres en sus materias por dedicar poco tiempo al estudio decide hacer algo nuevo: dejar a un lado sus cuadernos y libros, jugar con sus amigos y presentarse a los exámenes sin estudiar nada. Esta persona habría hecho algo distinto y habría obtenido un resultado también distinto: peores notas que antes. Lo que no logró fue el resultado que él pretendía: mejorar sus notas. Si hubiera decidido estudiar más o buscar un método de estudio más adecuado a su forma de aprendizaje, entonces habría tenido más posibilidades de pasar sus materias.
Algo semejante sucede con el Gobierno de un país. Si se quiere construir una mejor nación, no solo basta con gobernar de forma distinta, sino que también, y sobre todo, hay que gobernar bien, hay que tomar las decisiones más adecuadas, aquellas que puedan causar el efecto esperado. Esto requiere tener claridad sobre los cambios que se quieren impulsar e implementar las medidas que dichos cambios requieren. Las nuevas ideas pueden ser buenas o malas, muy buenas o muy malas. No es lo novedoso lo que hace que una sea buena o mala; la novedad no es sinónimo de bondad o de maldad. Una nueva idea puede ser perniciosa y causar grave daño a un país, o, por el contrario, causar mucho bien a la gente. Por ejemplo, comprar vacunas a China para disponer de ellas en el tiempo oportuno y en la cantidad necesaria para aplicarlas a toda la población, organizando, además, la logística necesaria para ello, fue una buena idea que permitirá mitigar los efectos de la pandemia.
Pero, hasta ahora, pocas ideas del Gobierno de Nayib Bukele son buenas. La última, quizás la más novedosa de las que ha tenido, es que el Bitcoin sea moneda de curso legal en El Salvador. Luego de una lectura de la ley aprobada en la noche de este martes 8 de junio, queda claro que esta es una idea peligrosa, que puede llevar a la ruina a nuestro país, hundir a muchos salvadoreños en la miseria. El Bitcoin, además de ser una moneda sin ningún tipo de respaldo ni regulación, más que la ley de la oferta y la demanda, es muy volátil, puede cambiar de valor respecto al dólar en pocas horas, incluso minutos; es decir, se devalúa y revalúa constantemente, su valor fluctúa en función de los caprichos del mercado. Adoptar esta criptomoneda no dará estabilidad económica ni generará más empleos; más bien, abonará a la inseguridad financiera y pondrá a El Salvador en la lista de los países donde es fácil lavar dinero.
Con el Bitcoin, Nayib Bukele y los suyos se muestran dispuestos a apostar fuerte con recursos que no son los de ellos; una puesta en la que se pone en juego el futuro del país y su gente. Qué cambio desean para El Salvador, no se sabe. Y poco optimismo despiertan las medidas que de modo irreflexivo están tomando. Con la inseguridad jurídica y económica que están generando, con las constantes violaciones a la Constitución, con la persecución a la sociedad civil, con la anulación de todos los mecanismos de control y rendición de cuentas se está empujando al país al abismo. Aunque sus ideas sean diferentes, Nayib Bukele parece empeñado en lograr lo mismo que Nicolas Maduro y Daniel Ortega: destruir el tejido productivo y la economía, imposibilitar el desarrollo económico y social, aumentar la pobreza, limitar las libertades fundamentales, hacer cada día más difícil la vida a su gente.