Uno de los elementos distintivos del Gobierno de Nayib Bukele es el establecimiento de nuevas narrativas respecto a situaciones y problemas sociales. Frente a la tendencia de las pasadas administraciones a dialogar con los organismos internacionales, exponer análisis y discutir con alguna racionalidad posibilidades de futuro, el Gobierno actual ha optado por el pensamiento simple. Las nuevas ideas se convierten así en eslóganes publicitarios puros. Ciertamente, el pensamiento complejo de las administraciones anteriores tenía una buena dosis de hipocresía: aunque prometían la superación de vulnerabilidades y gobernar para los pobres, no solo no respondieron a las exigencias sociales de las mayorías, sino que avalaron prácticas corruptas. El oficialismo tampoco es ejemplo de coherencia, pero su discurso simple resulta más inteligible para la gente y toca fibras emocionales largo tiempo reprimidas.
En la sociedad salvadoreña, los vínculos familiares se viven con intensidad, la solidaridad frente a las catástrofes es fuerte y hay un amplio sentimiento de compasión ante el que sufre. Pero a raíz de diversas y añejas injusticias, y de aspiraciones de ascenso social frustradas, abundan los resentimientos y complejos, a lo que se suma el machismo y sus diversas violencias. Las nuevas narrativas apuntan a ese bajo mundo de sentimientos frustrados. La culpa de todo lo que pasa, afirma el oficialismo, está en el pasado, y por ello solo hay dos opciones: o el futuro presidido y dirigido por Nuevas Ideas, o el pasado de los corruptos de siempre. Las instituciones solo sirven si obedecen al que manda y se ciñen sin discusión a los lineamientos de la propaganda. El plan establecido consiste en tocar las emociones, generar odio contra todo disenso y hablar de un futuro maravilloso cuya realización depende de la reelección del presidente. De este modo se ha creado una especie de nacionalismo gubernamental, y desde ahí se llama traidor a cualquier persona o institución crítica, amenazándola incluso con confundirla con criminales y delincuentes. El ojo por ojo, la mentira desvergonzada y la estigmatización son propios de estas nuevas narrativas.
La forma atinada de responder a este pensamiento simple es la coherencia personal a, y defensa de, los valores expresados en los derechos humanos. El pensamiento complejo no tiene que ser abstracto o indescifrable, pero sí proponer proyectos de realización común comprensibles para la población. Alguna gente se ha cansado de los derechos humanos debido a la manipulación gubernamental pasada y actual de los mismos. Sin embargo, los derechos humanos son la base del humanismo democrático y del desarrollo basado en la solidaridad y en la igual dignidad. La coherencia, la resistencia y la perseverancia son virtudes necesarias cuando el cinismo, la manipulación de la verdad y el culto a la apariencia se alzan como si fueran valores. Frente a quienes llaman bien al mal y mal al bien, y se imponen desde la propaganda y la fuerza, solo queda el camino de la fidelidad a la verdad de la realidad y a las necesidades de una convivencia justa y humana. Tarde o temprano, ese andar termina derrotando a quienes abusan del poder y buscan sustituir la verdad con sus mentiras.