Cada año tiene sus propios desafíos. Y en El Salvador llevamos una buena serie de años con desafíos recurrentes. Cuando en 1996 la UCA dijo que nos estábamos convirtiendo en uno de los países más violentos del mundo, las voces oficiales y gubernamentales se dejaron oír rápidamente, incluso acusando a esta casa universitaria de formar parte de un complot para desprestigiar a El Salvador, en alianza con el FMLN. Hoy, 15 años después, nadie niega lo que la UCA dijo. Al contrario, seguimos afirmando sistemáticamente que uno de los principales retos del país para cada año que comienza es superar el ambiente de violencia en el que llevamos inmersos demasiado tiempo.
Vencer la pobreza, especialmente la extrema, es otro de los grandes desafíos reiterativos de cada inicio de año. Pero la crisis (primero de alimentos y después de la economía mundial, iniciada a mediados de 2008) ha arrojado números negativos en la reducción de la pobreza. Por ello, desde hace tres años, ha crecido el número de pobres, especialmente en aquellos grados en los que falta incluso la adecuada alimentación. El hambre es una realidad diaria para una proporción intolerable de hermanos y hermanas nuestras, y hay que enfrentarla cuanto antes.
2011 tiene además el componente de ser el primer año de una década con un Gobierno que tiene la bandera del cambio. Un equipo de gobierno que en las elecciones de 2009 sustituyó al partido que a lo largo de dos décadas creó un modelo de desarrollo tan vulnerable que no resistió los golpes de los desastres naturales ni de la crisis mundial reciente. En ese sentido, 2011 inicia cargado de desafíos. No podemos terminar esta década diciendo dentro de diez años lo mismo que estamos diciendo ahora. El Salvador tiene el potencial humano suficiente para salir de los problemas actuales y construir un desarrollo integral, equitativo y que incluya a todos en el plazo de una generación; es decir, en 15 años. Esta década debe ser el tiempo de despegue.
Para iniciar con fuerza el camino del desarrollo se necesita un diálogo más productivo entre todos los sectores de la población. El diálogo, que fue el gran éxito salvadoreño a la hora de finalizar la guerra civil, es ahora tan importante como hace 20 años. Y como decimos, un diálogo productivo. El gran acuerdo de fondo tiene que ser el de invertir en nuestra gente desde todos los ángulos posibles. El Gobierno debe invertir en desarrollo; la empresa privada, en producción; las ONG, en convivencia en los diversos ámbitos en los que se mueven; las Iglesias, en valores solidarios y de responsabilidad social; la ciudadanía y las organizaciones sociales, en responsabilidad ciudadana; la academia, en producción de conocimiento abierto al desarrollo de todos. Por su parte, los políticos tienen que tomarse en serio el reto del acceso al desarrollo en 15 años y dejar de servir a sus conveniencias cortoplacistas. Llegar a acuerdos nacionales puede no ser fácil, pero es indispensable para no repetir aburridamente la misma y triste canción de cada fin de año y comienzo del siguiente.
Saber combinar los esfuerzos de todos los sectores de la población puede ser difícil, pero es necesario. El discurso que confía exclusivamente en los liderazgos de grupo (llámese empresariado o movimientos sociales de izquierda) no traerá soluciones. Como tampoco liderazgos personalizados o autoritarios podrán resolver nuestros problemas. Solo los acuerdos nacionales nos sacarán adelante en medio de la crisis que vivimos. Es tiempo de diálogo productivo y de decisión política en favor de un nuevo El Salvador.