Oídos sordos al sufrimiento del pueblo hondureño

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A pesar de ser uno de nuestros vecinos más cercanos y uno de los más entrañablemente unidos a nuestra historia, los salvadoreños y salvadoreñas poco volvemos la mirada hacia el hermano país de Honduras. En general, los medios de comunicación hacen más eco de la muerte de Bin Laden en Pakistán, de las revueltas en África o de una fastuosa boda real en Inglaterra, que del sufrimiento que vive el pueblo hondureño, recrudecido por el golpe de Estado de 2009.

Posteriormente al golpe, Honduras fue suspendida del seno de la Organización de Estados Americanos (OEA) y de otras instancias internacionales, entre otras cosas, por graves violaciones al derecho humano internacional y a los derechos humanos del pueblo hondureño. Hoy, a las puertas una nueva asamblea de la OEA, a celebrarse en El Salvador el próximo mes, todo parece indicar que Honduras será readmitida en el seno de esta plataforma continental. ¿Ha mejorado el respeto a los derechos humanos en Honduras? ¿Se ha restituido la libertad de expresión? ¿Se ha juzgado a los culpables de tanto crimen cometido desde el 28 de junio de 2009? Las respuestas a todas estas preguntas son negativas.

Los derechos humanos son los valores más importantes de una sociedad democrática, ya que son la máxima manifestación de la dignidad humana. En este sentido, el respeto a los derechos humanos es un componente esencial para legitimar cualquier poder. Si algo ha caracterizado al Gobierno que nació del golpe de Estado en Honduras, presidido por Porfirio Lobo, es la continuada violación a los derechos humanos con lujo de impunidad. Mientras más de una docena de periodistas y cientos de hondureños han sido asesinados, mientras las manifestaciones son cruelmente reprimidas, mientras los campesinos son perseguidos y desalojados de sus tierras, el Gobierno de Lobo maneja a nivel externo un discurso de respeto a los derechos humanos y anula el procedimiento de los juicios contra el ex presidente Zelaya, para dar una imagen pulcra ante la comunidad internacional y lograr la reincorporación a la OEA.

Y es que, lamentablemente, la condición para el reingreso de Honduras a la OEA no ha sido el respeto a la vida y dignidad del pueblo hondureño, sino el regreso del exilio del ex presidente Manuel Zelaya. Esta es en verdad la moneda de cambio para legitimar a un Gobierno violador de los derechos humanos, como ha sido señalado por dos años consecutivos por instancias auditoras como Amnistía Internacional.

El Gobierno salvadoreño, a través del presidente Funes, ha sido uno de los principales abanderados de la reintegración de Honduras a la OEA, desconociendo o, aún peor, ignorando los atropellos a la vida del pueblo hondureño. El regreso del vecino país al organismo continental ha tomado más fuerza por el apoyo de los presidentes Hugo Chávez, de Venezuela, y Juan Manuel Santos, de Colombia, que negociaron directamente con Pepe Lobo el retorno de Honduras a la OEA a cambio del regreso de Mel Zelaya. Si la Organización reincorpora a Honduras, como parece que sucederá en San Salvador, ignorando la grave situación interna de los derechos humanos, puede perder ante los pueblos de América la legitimidad de la que aún goza. ¿Será así?

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