En nuestro país, el drama de las caravanas de migrantes centroamericanos no ha tardado en pasar a segundo plano. De acuerdo a diversas fuentes, más de 7 mil de ellos se encuentran en territorio mexicano y unos 2 mil se acogieron al programa de retorno seguro a sus países de origen. Otros cientos han solicitado refugio en México. Pero el río de personas, alimentado por la dinámica de injusticia estructural y violencia asesina de los tres países del norte de Centroamérica, sigue fluyendo sin detenerse.
Mientras acá la campaña electoral toma giros cada vez más grotescos e insustanciales, los migrantes viven una terrible situación en Tijuana, donde esperarán por buen tiempo (meses, seguramente) para saber si son candidatos a asilo en Estados Unidos. Las muestras de solidaridad del pueblo mexicano durante el recorrido de las caravanas se ha tornado en muestras de rechazó en Tijuana. La situación es tan lamentable que la Red Jesuita con Migrantes la ha tildado de “bomba de relojería”. Las detenciones arbitrarias, los tratos crueles, inhumanos y degradantes, y la violación al derecho de asilo en el trayecto se están normalizando.
El 6 de diciembre pasado, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos celebró una audiencia para tratar el tema. Varias organizaciones, entre ellas la Red Jesuita con Migrantes de Centroamérica y Norteamérica, con valentía y documentación en mano, expusieron las graves violaciones a los derechos humanos. Además, señalaron a los Gobiernos de los países de origen de los migrantes por no asegurar la vida de sus ciudadanos y no velar por ellos durante el trayecto hacia el norte.
Aunque ahora abunden las promesas de construir en cinco años un mejor El Salvador, donde haya trabajo para todos y no exista la pobreza, las caravanas de los migrantes y sus sufrimientos son la mejor evidencia de la incapacidad y falta de voluntad de los Gobiernos para poner en el centro a los más pobres. Las caravanas nos recuerdan la fragilidad de nuestras democracias, incapaces de garantizar los derechos fundamentales. También son una bofetada para las élites económicas, empeñadas en acumular riqueza mientras se resisten a la implementación de mecanismos de redistribución de la riqueza. Paradójicamente, los centroamericanos que se ven obligados a arriesgar la vida para hacerla en otro lugar son los que mantienen a flote la economía en su país de origen. En el caso de El Salvador, ni siquiera los grandes empresarios invierten más en el país que los migrantes con sus remesas, las cuales han llegado a representar hasta el 19% del PIB.
¿Tienen los migrantes algún lugar en las agendas presidenciales? ¿Qué sitio ocupan realmente en los planes de gobierno de los candidatos? En la campaña electoral, el empeño sigue estando en montar circos; los migrantes han sido olvidados. Mientras, muchos salvadoreños, que no tienen espacio mental para pensar en elecciones, padecen humillaciones y sufren violaciones a sus derechos, viviendo un calvario que es la continuación del que padecían en esta tierra y del cual pretendían huir.