Por el desarrollo inclusivo

Mucho se habla en estos días de la necesidad de un mayor crecimiento económico que permita generar empleos y proporcione los recursos que el Estado requiere para su funcionamiento. De ese modo, dicen los que así argumentan, no será necesario incrementar los impuestos existentes ni crear otros. Si bien esto podría ser cierto en teoría, no lo es en la práctica. El crecimiento económico es especialmente necesario en El Salvador porque la renta por persona no es suficiente para satisfacer las necesidades de un nivel de vida digno; pero, por sí mismo, no resolverá los problemas de la economía ni traerá bienestar a toda la población. Y esto lo podemos afirmar porque se ha comprobado a lo largo de la historia salvadoreña.

Aunque en tasas insuficientes, el país ha venido creciendo económicamente, pero eso solo ha supuesto beneficios para un pequeño sector. Las élites económicas han acaparado la mayor parte del ingreso, mientras la mayoría de salvadoreños sigue viviendo en la precariedad y la pobreza. La causa es simple: los modelos de desarrollo implementados han estado diseñados para beneficio de esas élites. Es la gran diferencia entre El Salvador y Costa Rica, y lo que explica no solo el mayor desarrollo del país vecino, sino sobre todo la mayor equidad en la distribución de su ingreso.

Acá, el mayor crecimiento económico se dio en los años sesenta y setenta, cuando se implementó el modelo de industrialización para la sustitución de importaciones; sin embargo, en esas décadas, la pobreza y la desigualdad social alcanzaron tal magnitud que desembocaron en la guerra civil. Por lo oído en las últimas semanas, no se quiere aprender de nuestra historia; se insiste en proponer modelos de desarrollo que propician inequidad y que no son capaces de incluir en las metas de crecimiento a la mayoría de la población. Si se insiste en esa vía, El Salvador nunca saldrá de sus crisis sociales ni podrá alcanzar un bienestar común.

La combinación de modelos de desarrollo para las élites y una política fiscal regresiva nos ha llevado a la situación actual. No está de más recordar que en El Salvador la quinta parte de la población, los más ricos, perciben la mitad de los ingresos, mientras la quinta parte más pobre solo el 5%. Esta aguda desigualdad en el ingreso es la prueba inobjetable tanto del fracaso de los modelos de desarrollo aplicados como de la avaricia de las élites económicas, incapaces de entender e indispuestas a respetar el derecho de todo ser humano a una vida digna.

Es el momento de pensar en El Salvador, en todo el pueblo que lo conforma; es hora de que el país entero deje de estar en función de ese pequeño grupo que ha sido históricamente mimado, obedecido y servido. Hay que dejar de pensar que los salvadoreños pobres constituyen una reserva de mano de obra barata; una reserva que es nuestra principal oferta para la inversión extranjera y que nos hace más competitivos. Es el momento de buscar caminos de desarrollo económico y social inclusivos, que usen toda la capacidad productiva de El Salvador. Por ello, hay que descartar toda solución relacionada con enclaves de desarrollo (las zedes, por ejemplo), zonas francas o rubros de exportación únicos.

Hay que pensar en activar toda la capacidad productiva, desde la agricultura hasta la producción tecnológica de alto nivel. Apoyar a los pequeños productores en lo que saben hacer para que puedan hacerlo mejor, con más eficiencia, incrementando su productividad y mejorando la calidad. Impulsar la transformación de los productos agrícolas por medio de la agroindustria. Echar a caminar proyectos productivos que aprovechen las capacidades particulares de los territorios y generen oportunidades de empleo a nivel local. Buscar caminos para la comercialización de toda esa producción tanto dentro como fuera del país. Y que el Estado asuma el rol de facilitador y promotor activo de este desarrollo basado en la producción. Hacer lo contrario, seguir honrando a las minorías ricas y sus ídolos, será confiar en milagros y postergar para nunca la construcción de un El Salvador justo e inclusivo.