Honduras estrenó Gobierno el 27 de enero y su pueblo celebra. Xiomara Castro ha sido noticia no solo por convertirse en la primera mujer que presidirá el país centroamericano, sino también por poner fin a los 12 años de una administración conservadora con características autoritarias, plagada de corrupción y con vínculos con el crimen organizado, especialmente con el narcotráfico. El pueblo hondureño ha sufrido tanto por las inclemencias de la naturaleza como por la acción y la inacción de sus gobernantes a lo largo de los años. Por eso, la alegría y la esperanza que ahora inundan a Honduras son justificadas. El reto de Castro no es nada sencillo. Primero, porque sobre sus espaldas carga el compromiso de responder al histórico clamor por cambios genuinos que redunden en mejores condiciones de vida; y segundo, porque la corrupción sigue enquistada en el Estado y en los poderes fácticos del país. Tan enquistada que sus agentes están intentando bloquear el Congreso Nacional, cuya correlación de fuerzas supuestamente favorecía a la presidenta.
El régimen de Juan Orlando Hernández, admirador confeso del dictador hondureño Tiburcio Carías Andino, significó un profundo retroceso para su país en materia de democracia. Hernández dinamitó el Estado de derecho poniendo toda la institucionalidad pública al servicio de sus intereses. Eliminó la separación de los poderes del Estado, dominó a su antojo el Congreso Nacional y destituyó a los magistrados de la Sala de lo Constitucional, nombrando en su lugar a subalternos suyos. A través de estos, manipuló la Constitución hondureña para validar su reelección, que además fue fruto de un fraude electoral. Los titulares de los poderes del Estado, junto al alto mando militar, formaron el llamado Consejo Nacional de Defensa y Seguridad, que respondía, sin tapujos, a las órdenes presidenciales.
Hernández se alió con la banca privada para otorgarle la administración de fondos públicos en forma de fideicomisos y le cedió el control de la Comisión Nacional de Banca y Seguros. Pisoteó los derechos de los trabajadores al emitir una ley de flexibilización laboral. Aplicó el modelo neoliberal es su versión más cruel, la extractivista, depredando bosques, impulsando la minería metálica y entregando bienes naturales a explotadores privados. Para gobernar según su voluntad, Hernández pactó con la cúpula empresarial más conservadora, con las Fuerzas Armadas y con líderes de las Iglesias católica y evangélicas.
El triunfo de Xiomara Castro, por tanto, se debió en buen grado al rechazo a la política dictatorial. La campaña de la hoy presidenta se centró en denunciar todas las leyes aprobadas para mantener en el poder a Hernández, criticar las zonas especiales de desarrollo y rechazar al modelo neoliberal y la corrupción. En este sentido, la campaña de Castro tuvo muchas similitudes con la que Nayib Bukele desarrolló en su momento. De hecho, el entonces aspirante a presidente llamó dictador a Juan Orlando Hernández, equiparándolo con los mandatarios de Nicaragua y Venezuela, aunque muy poco después terminó haciendo todo lo que en un principio criticó.
Por el bien del pueblo hondureño, el Gobierno de Castro debe alejarse del populismo autoritario que impulsa su par salvadoreño y concentrarse en democratizar de verdad la política y la economía, impulsando cambios que transciendan la esfera mediática. Honduras, como El Salvador, no necesita promesas grandilocuentes ni excesos personalistas.