Que en el país casi la mitad de la población labore en el sector informal nos habla de una realidad de trabajos mal pagados, riesgosos, sin protección social, a merced del crimen y de diversas redes ilegales. Y a ello se añade el desprecio machista al trabajo en el hogar. Ese trabajo que los técnicos llaman trabajo reproductivo y que otros, más realistas, lo definen como parte de la responsabilidad del cuido en todas su dimensiones, materiales y humanas; una tarea indispensable no solo para posibilitar y respaldar el trabajo productivo, sino para el desarrollo emocional de las personas. Se trata de un trabajo por lo general gratuito, que no suele recibir ninguna compensación social y que muchos hombres entienden como una obligación femenina, no como una responsabilidad de todos. Las mujeres que han dedicado su vida al cuidado de los demás en el hogar carecen de protección social y quedan en una enorme vulnerabilidad en la enfermedad y la vejez.
Por otra parte, El Salvador padece de salarios excesivamente bajos. Hace poco más de un año, monseñor José Luis Escobar afirmaba con energía que un sueldo inferior a los 300 dólares mensuales era un verdadero pecado. Y en demasiados lugares se paga por debajo de esa cantidad. El salario promedio que se calcula a través de la Encuesta de Propósitos Múltiples es en ciertos sectores, y según nivel educativo, inferior a los 300 dólares. Algunas empresas continúan sometiendo a sus trabajadores a turnos y rutinas que rayan con lo que a nivel de derechos humanos se denomina trato cruel y degradante. Para colmo, se ensalzan los triunfos de los empresarios de éxito y se ignora, minusvalora o desprecia a quienes se dedican a labores más sencillas y operativas.
Frente a esta situación es imprescindible recordar algunos elementos básicos de la doctrina social de la Iglesia. El principio del destino universal de los bienes significa que el mundo está hecho y existe para beneficio de todos los que lo habitan, no solo de unos pocos, que además se dan el lujo de derrochar lo adquirido con el sudor de otros y depredar el medioambiente. Toda persona debe gozar del bienestar suficiente para desarrollar plenamente sus capacidades y posibilidades de crecimiento humano y espiritual. Aunque sean complementarios, la prioridad del trabajo sobre el capital es evidente en todos los sentidos y perspectivas. Pero no faltan entre nuestros empresarios algunos que ven a los trabajadores como objetos reemplazables, cuya función es enriquecerlos. Ese modo de entender las cosas solo puede calificarse como “economía que mata”, tal como ha dicho el papa Francisco recientemente, o como una “guerra de los poderosos contra los débiles”, como solía decir Juan Pablo II al hablar de la situación mundial.
Ante esta realidad, son necesarios cambios sustanciales. Planificar un aumento sistemático del salario mínimo; impulsar la formalización del trabajo, apoyando especialmente a la micro y pequeña empresa; valorizar el trabajo de la mujer y protegerla a través de las redes de protección social; abrir fuentes de trabajo y preparar a las nuevas generaciones para las dinámicas que impone el desarrollo global y la cultura informática son tareas urgentes. Ampliar, mejorar y universalizar las redes de protección social, especialmente en el campo de la educación, la salud y las pensiones, es indispensable para un desarrollo digno. Apoyar a la familia, implementar proyectos de vivienda decente, abrir oportunidades laborales para los jóvenes son cuestiones básicas para que el trabajo y la dignidad humana caminen juntos. El Día Internacional de los Trabajadores debería animarnos a la reflexión y planificación de un futuro más justo.