Que el miedo no nos paralice

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El problema de la criminalidad es muy grave desde hace mucho tiempo. Puede decirse con toda propiedad que en El Salvador la criminalidad es una epidemia. En los últimos años, esta enfermedad se ha agudizado y sus expresiones se han ido haciendo cada vez más espeluznantes.

En 2010 hemos observado que la criminalidad no solo se ha incrementado, tal y como reflejan las estadísticas; también ha cambiado la forma de actuación de los criminales: los delitos que comenten buscan un mayor impacto sobre la población y la opinión pública. Se puede decir que tras estos crímenes hay una voluntad de atemorizar a la población y que la ciudadanía se deje vencer por el temor.

Los actos criminales que a diario aparecen muestran cada vez una mayor crueldad; van dirigidos a diferentes sectores de la sociedad, pero en especial a los sectores más populares. Muchos de estos crímenes son colectivos, pueden ser calificados como masacres, y, por ello, causan un impacto mucho mayor que el crimen individual.

En varias ocasiones, los criminales se han dirigido contra sectores socialmente muy sensibles, como los maestros. Estos, por su profesión y papel de educadores, son muy queridos en la sociedad, especialmente por los niños y niñas que son sus educandos. Su muerte impacta profundamente a la sociedad entera, que ven en ello un hecho tan irracional como inexplicable: ¿por qué asesinar a personas que se dedican a una profesión tan honorable como el magisterio? De ello fácilmente se deduce que los criminales van detrás de la gente buena y que, por tanto, todas las personas honestas deben sentirse inseguras, temerosas, pues en cualquier momento les puede llegar su turno.

Igual ocurre con los crímenes cometidos en los buses y microbuses, los medios de transporte más utilizados, en los que se mueven miles de personas a diario, desde adultos mayores hasta niños. Lo que ocurre en las unidades del transporte público es visto por un buen número de gente; gente que se siente impotente ante estos hechos criminales; gente que posteriormente compartirá su experiencia con sus amigos y familias, multiplicándose así el efecto del hecho exponencialmente.

La quema del microbús con sus pasajeros adentro, la noche del domingo pasado, ha sido como la gota que rebalsa el vaso, ha puesto en clara evidencia una triste realidad. Los criminales están dispuestos a realizar cualquier tipo de crimen, utilizando la mayor crueldad posible, para lograr su objetivo: atemorizar a la población y dejar por sentado que ellos son los que mandan en este país. Este hecho tan trágico y lamentable ha mostrado con claridad hasta dónde puede llegar la irracionalidad del crimen.

Como es natural, la reacción de la sociedad ha sido de indignación, condena y repudio absolutos. Junto a ello, han surgido exigencias de que se trate con más dureza a los criminales; incluso ha habido quienes, movidos por el dolor o la indignación, piden que se incluya la pena de muerte entre los castigos a los delincuentes. Lo que también ha provocado este hecho es un aumento del miedo y de la sensación de inseguridad en los que vivimos.

Si se observa bien esta escalada del crimen y de las tácticas que utiliza, es claro lo que se persigue: los criminales desean mostrar el enorme poder que tienen; un poder y una estructura organizativa que les permiten cometer cualquier clase de actos criminales en contra de la población. El mensaje es que ellos son capaces de sembrar el miedo por doquier y que no van a parar hasta conseguir su objetivo: que nos pleguemos a ellos para que puedan seguir adelante con sus actos criminales, sin obstáculos, sin que los persiga la justicia.

Estos hechos criminales no son solo obra de unos jóvenes enloquecidos, que actúan como sicarios y hechores materiales. Detrás de ello hay organizaciones con estructuras muy bien preparadas, con cabezas pensantes, con sus propias redes de inteligencia, con mucho dinero y, muy probablemente, con contactos en más de alguna de las instituciones que representan a los distintos poderes del Estado y a honorables estamentos sociales.

Hasta ahora, ellos van saliéndose con la suya. Quizás el horrendo crimen del microbús incendiado el domingo pasado marque un hito en nuestra historia y nos despierte de una vez por todas. Es el momento de que todos asumamos la responsabilidad de combatir el crimen. No podemos dejarnos llevar por el miedo ni la indiferencia. Las autoridades competentes deben asumir plenamente la responsabilidad que les corresponde, deben poner toda su inteligencia y el peso de la ley para resolver este grave problema, redoblando los esfuerzos en todos los sentidos. Deben trabajar todas las autoridades unidas, sin divisiones ni personalismos. No hacerlo será la mayor traición que podrán hacerle a la patria.

Pero este combate no podrán hacerlo solos; deben contar con la población entera. Para ello, deben fomentar una participación ciudadana organizada que se plante como un todo, fuerte y poderoso, ante las instituciones del Estado, ante los políticos y sus partidos, ante los criminales en todas sus manifestaciones, ante los grandes capitales y ante quien sea para demandar que se enfrente y supere de una vez por todas tan insoportable flagelo nacional.

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Anónimo
28/06/2010
12:00 pm
Estamos en una situación desesperante, y ya no podemos esperar que encuentren una solución milagrosa inexistente (¿habrá solución frente a un sistema judicial corrupto, deshonesto?) que salve derechos y la maralla de argucias legales, a fin de apartar una, dos o tres escorias (no hay tantos policías e investigadores y fiscales), encancelarlas, mientras sus cientos y miles de compinches atracan a mansalva y con risa burlona llena de sadismo, nuestras humildes existencias. PORQUE NO LO ENTIENDEN? PORQUE NO ES NEGOCIO? ES PREFERIBLE EL NEGOCIO DE ESCRIBIR, ENTREVISTAS Y GUIRI GUIRI, PARA EL QUE SIEMPRE HAY ESPACIO MEDIATICO Y SOPORTE MONETARIO. SUS REMUNERACIONES TAMBIEN SE CONVIERTEN EN DINERO MALDITO.
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Anónimo
28/06/2010
11:59 am
DISCULPEN, PERDONEN LOS DESTINATARIOS DE ESTE COMENTARIO DESESPERADO: A quienes piensan en regímenes garantistas a ultranza, les suplicaría que cuando tengan la desdicha de vivir una desgracia personalmente o con sus hijos, familiares, no se quejen a la policía ni machaquen que no se hace nada. Es un infierno el que vivimos quienes a diario nos desplazamos y vivimos en ese infierno de pandillerismo. Que dirían estos "humanistas" en sus lechos salvos y escritorios pulidos, si su hija les comunica que tuvo que ser violada para no poner en peligro la vida de sus padres, etc. etc. Señores: No son cinco pelados disfuncionales y atrevidos malencarados quienes nos acechan a diario.
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