Que no se frustre la esperanza

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La alternancia en el Gobierno ha suscitado esperanza entre la población. En las últimas encuestas que el IUDOP ha realizado, encontramos un mayor porcentaje de la población que ve con optimismo el futuro y que expresa confianza en el país y su rumbo. Incluso ha disminuido el número de personas que dicen querer emigrar; en la encuesta de mayo, solo uno de cada cuatro manifestó deseo de emigrar, contra uno de cada tres en las encuestas del año pasado.

Esto no se debe a que la situación del país sea mejor hoy que hace un año; en algunos aspectos, como todos sabemos, es más bien lo contrario. Dos temas preocupan enormemente a nuestros hermanos y hermanas salvadoreñas —y no solo preocupan; se sufren en carne propia diariamente—: el alto nivel de inseguridad y las dificultades económicas, que siguen siendo los dos problemas más graves de esta sociedad. Problemas que vienen de antiguo, pero que se van agravando y requieren ser atajados de raíz.

Pero si a pesar de ello hay más esperanza y confianza, hay que buscar la explicación en otro lado. ¿Qué es lo que ha cambiado? Es muy probable que este pueblo sienta que, por primera vez en muchos años, el Gobierno tiene una mirada distinta. Quizás muchos tienen la esperanza de que el Gobierno de Funes se ocupará de los que hasta la fecha no han sido tomados en cuenta, a pesar de que constituyen la mayoría del país. Es muy probable que la esperanza tenga su origen en la alternancia en el ejercicio del poder, la que para muchos ha significado la materialización de aquello que pareció imposible por tantos años.

Que un pueblo tenga esperanza es muy bueno; que un pueblo recupere la confianza es fundamental para avanzar hacia un futuro distinto y mejor. Frustrar esa esperanza no sería nada provechoso para el país ni para su gente. Sin embargo, hay quienes están muy interesados en ello. Es evidente que los que perdieron la elección presidencial en 2009 y, con ello, parte del gran poder que acumularon por años, el partido Arena y sus aliados, tienen interés en que este gobierno fracase, al igual que las élites que por mucho tiempo se han beneficiado del Estado y de la riqueza del país. Ellos desean el fracaso porque se consideran los legítimos gobernantes de El Salvador; creen que hace un año se les usurpó el poder, que, según su modo de entender, les pertenece exclusivamente. Ellos se atribuyen el derecho de llamar incapaces a los gobernantes de hoy, porque éstos en un año no han podido arreglar los problemas que nos dejaron los veinte años de mal gobierno del partido Arena.

Para consumar su deseo de frustrar la esperanza, cuentan con el apoyo de sus aliados, los medios de comunicación, en especial de El Diario de Hoy, que no tiene ningún empacho en manipular la información al servicio de este objetivo. Pero no solo la derecha está interesada en que las cosas vayan mal en el país. Todos aquellos responsables de la cosa pública que no están empeñándose en hacer todo lo posible y a su alcance para enfrentar los problemas graves de nuestra sociedad están colaborando en que se frustre la esperanza. El sistema judicial y el ministerio público deben asumir con mayor liderazgo y competencia la responsabilidad que tienen de poner fin a la impunidad. Fácil es quejarse del aumento de la criminalidad, pero no se puede ignorar que la misma ha crecido al abrigo de la impunidad. A los fiscales y jueces les corresponde una parte muy importante en esa lucha contra el crimen: buscar a los culpables y juzgarlos. Hasta la fecha, no lo están haciendo con la entrega y la celeridad necesarias.

Que la población sienta más esperanza y confianza es una enorme responsabilidad para este Gobierno y para el partido que lo llevó al poder. El presidente Funes y sus colaboradores, el FMLN y sus activistas no pueden frustrar la esperanza; deben esforzarse para que esta crezca, para que así aumente la confianza de la gente en sí misma, en su país y en sus gobernantes. Para ello se requiere de un buen y eficaz gobierno, se requiere de audacia y de capacidad, se requiere de apertura a la crítica, saber reflexionar sobre ella y aceptar lo que de bueno la misma tenga. Se requiere de creatividad y generosidad para enfrentar con decisión aquellos problemas que ahogan a la población. Se requiere también humildad para aceptar la colaboración de aquellos que pueden y deseen aportar, aunque no sean del mismo color político.

Los graves problemas de nuestro país requieren del esfuerzo de todos para resolverlos. Nadie se puede sentir ajeno a ellos. Todos podemos y debemos poner de nuestra parte para que el país y su gente puedan vivir con más dignidad, con más y mejor calidad de vida, con más igualdad y justicia, en verdadera paz.

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