¿Quiénes sufrirán la nueva medicina amarga?

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Editorial UCA
30/09/2024

En el país, la preocupación por la economía es generalizada. Nayib Bukele lo sabe y ha prometido centrarse durante el próximo quinquenio en la solución de los problemas económicos. Habla con frecuencia de inversiones que aportarán fuentes de trabajo, atraerán capital extranjero y generarán desarrollo y bienestar. Promete, además, una etapa de medicina amarga que administrará a través de las medidas requeridas para arreglar la economía y lograr un futuro más próspero. Sin lugar a dudas, Bukele hace bien cuando se preocupa por el tema, porque la desigualdad, la pobreza y la falta de oportunidades aquejan a demasiada gente. Sin embargo, es una incógnita qué puede significar en la práctica la medicina amarga. Porque la receta aplicada en el terreno de la seguridad ha generado —para usar un término muy querido por el Gobierno— “daños colaterales” intolerables. Se justifica, pues, la pregunta de quién sufrirá en esta ocasión los excesos de la nueva medicina amarga. Porque las víctimas de las políticas gubernamentales no son simples daños colaterales, sino personas que requieren el reconocimiento público de su inocencia, la presentación de disculpas y, en determinados casos, una indemnización por el daño causado.

En algunas circunstancias históricas, a todo un pueblo le toca cargar con esfuerzos especiales e incuso sacrificios para conseguir un bien común. El Salvador lo sabe de sobra, puesto que para lograr el fin de la guerra civil hubo muchas personas que sacrificaron o arriesgaron bienes, seguridad, futuro e incluso la vida. ¿A todos por igual se les aplicará la medicina amarga que cure a la economía o solamente a las clases medias, en buen parte depauperadas, y a los pobres y vulnerables? Para impedir que en esta cura salgan más afectados los que menos tienen y los sectores más vulnerables, justo es mencionar algunos problemas económicos que necesitan arreglo previo.

Fortalecer la economía campesina y la soberanía alimentaria es clave para evitar que los desfavorecidos y excluidos sufran más. La formalización del trabajo informal, que ocupa a casi la mitad de los trabajadores del país, es otra cuestión básica. Sin acceso a la seguridad social y a la laboral, perseguidos por los caprichos estéticos de las municipalidades, la medicina amarga puede causar en ellos durísimos estragos. El sistema irracional y tacaño de las pensiones, dedicado a minorías, debe ser cambiado en beneficio de todos los salvadoreños. Hasta ahora, no es más que un negocio privado al servicio de unos pocos y que deja en un fuerte nivel de desamparo a grandes grupos. Una reforma fiscal progresiva, por la que aporten más quienes más tienen, no solo es una necesidad, sino el único camino justo y decente para equilibrar las desigualdades socioeconómicas. Y finalmente, muy poco se logrará si no se invierte mucho más en salud y educación, y se lucha de verdad contra la corrupción. Cuando se trabajen con seriedad estos temas se podrá hablar de imponer sacrificios en beneficio del bien común. De lo contrario, la medicina amarga no hará más que aumentar las desigualdades y la pobreza.

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