Reyes Magos

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Editorial UCA
06/01/2014

El 6 de enero se celebraba desde tiempos inmemoriales en los países de Oriente. En Egipto y Arabia, durante la noche del 5 al 6 de enero, se recordaba el nacimiento del dios Aion, que se manifestaba especialmente al renacer el sol, en el solsticio de invierno que coincidía con el 6 de enero. En esta misma fecha, se celebraban los prodigios del dios Dionisio en favor de sus devotos. Con el cristianismo, estas celebraciones fueron sustituidas por la Epifanía, es decir, la manifestación de Jesús como Hijo de Dios a todo el mundo, a través de los sabios que vinieron de Oriente a adorarlo, más conocidos en nuestro medio como los Reyes Magos. Esta fiesta es en realidad una continuación de la Navidad, como lo es también la fiesta del bautismo de Jesús, que se celebrará el próximo domingo.

En el relato evangélico que narra este pasaje, es interesante fijarse en tres de los personajes: Jesús, protagonista principal, Herodes y los sabios de Oriente. Jesús y Herodes son dos reyes con planteamientos contrapuestos. El evangelista Mateo hace una comparación entre el poder inmenso y tiránico de Herodes, y la debilidad del niño recién nacido. Los sabios de Oriente buscaban a Jesús para adorarlo; Herodes también lo buscaba, pero para matarlo. Unos lo acogen y otros lo rechazan. La vida de Jesús provocó siempre esas dos reacciones. Lo acogen los que creen que Dios, al hacerse humano, tomó partido por los pobres y que el estandarte de su lucha es el amor, la justicia y la misericordia. La salvación que Dios ofrece a través de su hijo es para todo el mundo, es universal, pero desde la opción preferencial por los pobres. Por el contrario, lo rechazan los que no aceptan esta manifestación, y como no pueden adaptar sus vidas según el ejemplo del Nazareno, tuercen el Evangelio para que se adapte a su forma de vida.

En estos tiempos, en que ni las fiestas de Navidad y de Año Nuevo supusieron un descanso de la campaña electoral, pareciera que la manifestación de Dios se esconde. Y es que a la política tradicional no le interesa más que llegar al poder, para lo cual todo medio está permitido. Los que utilizan o quieren utilizar la política para beneficio propio aprovechan cualquier circunstancia para conseguir sus fines, incluso los momentos de dolor y sufrimiento de la población, como erupciones de volcanes y hasta funerales. Juegan con el dolor de la gente. Por eso, y aunque digan que las encuestas no les preocupan, los políticos están pendientes de lo que más aflige a la población para hacer promesas al respecto. No importa decir cómo lo harán, ni con qué recursos o en qué marco institucional; lo importante es ofrecer remedios a la gente.

Más que personas comprometidas con la situación de su pueblo, los candidatos parecen magos que quieren ser reyes. Y en ese delirio de promesas, cometen errores y subestiman la inteligencia de la población. Todo indica que en esta recta final, la campaña se convertirá en una competencia de ofrecimientos imposibles: acabar con la violencia, aumentar en 50 mil el número de policías, universalizar unos programas sociales que ya son fiscalmente insostenibles.

Este tipo de campaña electoral desentona con la Epifanía. Jesús, el propio Dios, se manifestó a todos los pueblos desde la indefensión del recién nacido y la pobreza al nacer en un establo. Los que quieren ganar en esta contienda electoral actúan de manera contraria. Se fijan en el dolor de la gente, pero no para solidarizarse con ella, sino para usar el sufrimiento ajeno como gancho electorero. No entienden que la salvación viene de abajo y de adentro, sino que se venden como supuestos salvadores. Con tal de llegar al poder, todo se vale, hasta hacerse pasar por una especie de reyes magos modernos y malogrados.

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